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Amapola, lindísima amapola



La solución al problema de la violencia derivada del cultivo de amapola es que los gobiernos de México y Estados Unidos trabajen juntos, lleguen a un acuerdo para legalizar y regular su producción, favorecer su uso medicinal y sacar a los cárteles de la jugada.

El esquema vigente ha llevado a México, en particular al estado de Guerrero, hasta el fondo de un barranco. El modelo actual genera corrupción que lacera instituciones federales, estatales y municipales, uniformadas o civiles. Alienta el consumo. Genera mortandad. Estados Unidos es el mercado principal y tiene un sistema de satélites que le permiten conocer con detalle donde están los cultivos y quién los está cuidando. Si quisieran destruirlos, lo habrían hecho hace décadas.

No quieren destruirlos. Les interesa el producto. No han dado el siguiente paso, el del trabajo conjunto con México para legalizar, porque el esquema prohibicionista les proporciona más dinero a todos los implicados, sucio, es cierto, pero dinero al fin y al cabo. En el caso de EU también le genera control político. Esa codicia produce muertos en ambos lados de la frontera y tiende a perpetuar el problema.

Que el actual modelo se quedó sin márgenes de operación quedó claro con la declaración del general Cienfuegos de la semana pasada. El secretario de la Defensa Nacional, eje central en el esquema prohibicionista, dijo que es posible que la legalización sea la vía para la pacificación. Se mostró a favor de emprender un debate. La idea es que haya producción legal para fines medicinales y que al formalizar la producción y distribución la mafia tenga menor margen de operación y, desde luego, menores ganancias, lo que desalentaría meterse a ese negocio.

Hubo un tiempo en que la amapola inspiraba a los poetas. Muchos padres incluso les pusieron ese nombre a sus hijas. Hoy es sinónimo de problemas mortales. Las localidades donde se produce se han transformado, sin exagerar, en los sitios más peligrosos del planeta de Tierra, como Afganistán y el estado de Guerrero, en México, por citar dos ejemplos irrebatibles.

De la flor se extrae la sustancia que se transforma en opio que a su vez se desdobla en heroína. En algún momento del proceso de puede generar morfina, que es acaso el más potente analgésico conocido, lo que constituye una ayuda invaluable para enfermos, muchos de ellos terminales, que padecen dolores incontrolables. Otras medicinas conocidas como opiáceos, también recetados en principio para combatir el dolor, han generado en Estados Unidos una crisis humanitaria por el alto número de adictos. De hecho ha causado más muertos que la guerra de Vietnam.

Cuenta la leyenda que el problema de la amapola emergió en otra guerra, la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno norteamericano y el mexicano llegaron al acuerdo no escrito para sembrar en Sinaloa amapola con el fin de detener suficiente morfina para atender la necesidades de los soldados heridos en combate, que eran cientos de miles.

El estado de Guerrero, sus principales ciudades pero también sus comunidades en las montañas, padecen desde hace demasiado tiempo los estragos del narcotráfico, que se perpetúa en la pobreza con el añadido de la violencia, del miedo. Si de verdad existe la voluntad política para darle a la entidad una oportunidad de desarrollo pacífico, es necesario librarlo de la pesada carga de ser productor de amapola y mariguana. Si quieren que siga produciendo, que las drogas se legalicen para que la mafia se vaya con sus fusiles de asalto a otro lado.

 


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@soycamachojuan

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