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2015, el turno de los ciudadanos



Las elecciones no resuelven los problemas, pero sí abren la oportunidad de que los ciudadanos expresen su opinión lo que deriva en una nueva distribución del poder en el país, eso sí entre las mismas personas que hoy brincan de una posición a otra, esmerándose por no quedarse sin hueso.

Los chapulines despliegan sus peculiares habilidades. Ante la mirada atónita de los ciudadanos, hacen vistosas piruetas en esa gran carpa que es el servicio público. Asambleístas brincan para ser diputados, diputados quieren ser delegados, delegados aspiran ser asambleístas, senadores rezan ser gobernadores. La lógica del juego es soltar un hueso y atrapar otro en el aire, sin tocar el piso, ni conocer la humillación del desempleo. Para un político caer en la banca es espantoso. Vivir fuera del presupuesto, en cualquiera de sus modalidades, es un error.

Mientras los chapulines brincotean sin pudor dos preguntas salen a relucir: ¿Les importará lo que piensen los ciudadanos o les tiene sin cuidado? ¿Qué opinión tienen los ciudadanos de la clase política y cómo reaccionará en la elección de junio? Porque este año, dentro de pocos meses, habrá elecciones. Sobra decir que muchos dejan puestos para los que fueron electos, pero se queman medio año para buscar el siguiente puesto al que también renunciarán cuando así convenga a sus intereses. ¿Tiene que ser así? ¿La renuncia en bola de los delegados del DF es, o no es, un agravio? Los ciudadanos tendrán entonces la oportunidad de expresar en las urnas lo que opinan de la clase política que tantas vergüenzas nos ha hecho pasar en los últimos meses. Las elecciones no son la democracia, pero sí una parte fundamental porque supone la participación directa de la gente en la formación de gobiernos, en la definición de ganadores y perdedores.

Se acepta que los ciudadanos están indignados por el desempeño de los políticos y que la crítica esta vez no se concentra en un partido sino en la clase política en su conjunto. Las causas de la molestia son múltiples y están plenamente justificadas. Lo que no queda claro es de qué manera puede usarse el derecho del sufragio para manifestar su crítica. Votar sin que el sufragio sea un aval de la actuación de los políticos, cómo hacer un voto de castigo efectivo. No ir a las casillas o acudir pero anular el voto son opciones atractivas pero poco efectivas. Al final del día supone que menos gente elige la misma cantidad de candidatos, los cuales llegan a sus cargos acaso con menor legitimidad pero de cualquier modo llegan y los ocupan y cobran.

Las demandas más sentidas de los ciudadanos de cara a los comicios de mitad del año son las mismas de siempre: acceso a los satisfactores básicos, oportunidades de empleo, expectativa de progreso y seguridad para sus personas y bienes. A las que se añade ahora, a menos de un semestre de la elección, en un lugar relevante, el combate a la corrupción y claro la exigencia de niveles mínimos de decoro en el desempeño. El descrédito creciente de los políticos es, por extensión, un golpe a la democracia. Las elecciones son un riesgo y una oportunidad. En el curso de los próximos meses, ante el fuego cruzado entre candidatos y partidos, podemos caer hasta el fondo de barranco o comenzar un discreto ascenso. Las elecciones no resuelven los problemas, pero sí abren la oportunidad de que los ciudadanos expresen su opinión lo que deriva en una nueva distribución del poder en el país, eso sí entre las mismas personas que hoy brincan de una posición a otra, esmerándose por no quedarse sin hueso.

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