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¿Nos tomamos una selfie, Kate?



Si yo tuviera en mi celular una foto con Kate, tampoco la borraría. La dejaría ahí, en la galería, para presumirla a la menor provocación. Para que vean que me junto con celebridades en un ambiente de cuates, casi familiar. Ella posaría con su sonrisa perfecta de mujer que se la sabe de todas y todas. Sus ojos, que han visto demasiado, ven directamente a la cámara sin temor a ser identificada. Kate estaría en plan de complacer. Acaso porque el tequila, el de su propia marca, Honor del Castillo, le causa un cierto sopor que la pone de buenas, propensa al apapacho. Un espacio de relajamiento después de un día de emociones fuertes, como si Kate hubiera convivido horas antes con un grupo de matones despiadados.

Si yo tuviera una foto con Kate, no la borraría. Reconozco, lo he dicho antes, que tengo noticia vaga de su carrera artística. Desde niña anda en los foros de televisión, pues es parte de una familia dedicada al espectáculo. Creció actuando. Me enteré de sus malogrados matrimonios, cosa que le pasa a todos, no sólo a las estrellas, y vi varios de los capítulos de la Reina del Sur. En esa serie salía de jefa de narcos. Correteaba huyendo de sus enemigos, o persiguiéndolos, usando jeans apretadísimos y botas de tacón alto, lo que es una proeza. Casi todos los narcos con los que se enredaba sentimentalmente en la serie eran súper galanes, como artistas de televisión, no como los malandros que aparecen en la nota roja.

Tuvo éxito.- Su actuación conquistó al Chapo Guzmán, jefe del Cártel de Sinaloa, y uno de los capos más crueles y cursis de los que se tenga memoria. El Chapo quedó atrapado en la red de Teresa Mendoza. Supuso que enamorando a Kate tendría a las dos. Una especie de trío bizarro: el criminal, la actriz y el personaje. Se lanzó a la conquista. Descuidó el negocio y su seguridad. En sus intentos de conquistarla, le decía que la cuidaría más que a sus ojos, y otras cosas empalagosas que dicen los señores cuando andan cacheteando el pavimento.

Lo relevante no es eso, sino que Kate detectó una oportunidad dorada. Le abrió el balcón de sus ojos de gata, como dice el clásico. Le dio alas. Dejó atrás el papel de jefa del narco y se transformó en una cándida flor del ejido dispuesta al romance. “Me mueve tanto que digas que me cuidarás”, le decía y ponía cara de yo no fui. De seguro Kate domina su expresión corporal al grado de sonrojarse a voluntad, como si fuera una chica de pueblo, Jilotepec por mencionar uno, que se ruboriza ante una inesperada acechanza erótica, vulgo piropo.

El resto de la historia ya la sabe el amable lector. El Chapo fue recapturado y la paloma voló a Los Ángeles, donde radica. Desde allá emprendió una eficaz campaña mediática para decir que era una víctima más del ruin gobierno mexicano que la hostiga, sin tomar en cuenta que su único pecado fue querer hacer una película y, claro, ganar algunos dólares. Cuando esa historia comenzaba a desvanecerse, detonó el caso de los levantados en Puerto Vallarta. Ayer apareció en las primeras planas de la prensa nacional la foto de Kate con uno de los hijos del Chapo. Foto encontrada en un celular, como el mensaje de un náufrago guardado en una botella. Lo que me condujo a pesar que si yo tuviera una selfie con Kate en mi celular, tampoco la borraría.

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