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Cambio de paradigma energético e ideológico



Dejaron al presidente Enrique Peña muy aplaudido. Los asistentes a la promulgación de la reforma por momentos confundieron el evento con un homenaje al Jefe del Ejecutivo. Se dirá que son usos y costumbres de la clase política que ayer estaba muy salerosa, pero hay que dosificar los aplausos y desatar la ovación cuando haya datos duros que lo justifiquen. La verdad es que el presidente Peña Nieto y su equipo en el gobierno y en el Congreso han mostrado una osadía poco común. Se atrevieron al cambio, que es algo de lo que no pudieron presumir ni siquiera los gobiernos panistas protagonistas de la alternancia. Peña impulsó un nuevo marco jurídico sin renunciar al hecho de que el Estado mexicano siga siendo dueño de los hidrocarburos en el subsuelo pero habrá la explotación y su competencia.

Todavía no se sabe cómo resultará la jugada, hay oportunidades enormes pero también grandes riesgos. De manera que aplaudir por aplaudir no viene al caso, todavía.

Tal vez mañana sí. Lo que presenciamos ayer fueron las exequias del nacionalismo revolucionario, que estaba en estado vegetativo pero que ayer fueron desconectados los cables que lo mantenían con vida. El nacionalismo revolucionario fue la ideología que encausó la acción de gobierno del grupo que ganó la Revolución Mexicana, que llegó al poder por la vía de las armas y que creó, desde el poder, al PRI. Para ese grupo, la nacionalización petrolera, cuyo protagonista central fue el general Lázaro Cárdenas, fue un evento aglutinador de eso grupo y la demostración en los hechos de los alcances del nacionalismo revolucionario que llegó más que deslavada al cambio de siglo. Nosotros, los de entonces, no somos los mismos, ni tampoco el mundo lo es.

Desde hace más de una década el país ha padecido niveles raquíticos de crecimiento económico, lo que complicó problemas ancestrales como la pobreza, la desigualdad, desempleo, la falta de competitividad. Si queremos obtener resultados diferentes no se pueden hacer las cosas igual. La generación de políticos que encabeza el mexiquense Enrique Peña se atrevió a buscar el cambio y lo consiguió gracias a una operación política que acepta el calificativo de deslumbrante.

Recurrió a la oposición, descansó en la disciplina de los militantes de su partido, confió en coordinadores parlamentarios de grandes ligas como Gamboa y Beltrones, aceptó el desgaste político. La izquierda hizo su parte, se opuso sin impedir el debate, ni la votación, se mantuvo dentro de los cauces institucionales. Nadie salió perdiendo. La izquierda podrá decir, si las cosas salen mal, que ellos advirtieron el riesgo.

El catálogo de cualidades de la reforma energética que ayer difundieron sus promotores no tiene fin. Que todas las bondades que se le achacan se cumplan está por verse.

Hacia 2018, cuando Peña esté haciendo maletas para regresar a Atlacomulco, comenzaremos a ver claro, por ahora no. Sin embargo, es loable el afán del gobierno de buscar, al costo que sea, generar más empleos mejor pagados que es la fórmula mágica para combatir pobreza y desigualdad. No hay otras sopas en el menú. La divisa de Peña es crear un gobierno eficaz, uno que dé resultados, que haga camino al andar. Hay que crecer con mayor igualdad social.

Si la reforma energética nos conduce por ese camino será aplaudida por todos, mientras tanto, sin perder el optimismo, hay que dosificar la algarabía. Si estamos en la ruta del progreso se verá pronto. La reforma ya es un hecho legal, ahora viene su transformación en políticas públicas para el día a día. Suerte para todos, la vamos a necesitar.

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@juan_asai
 

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