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Las balas de la cerrazón



La peor característica de la sociedad estadunidense y al mismo tiempo su mayor elemento de cohesión, su amalgama, su impulso para reaccionar, luchar y combatir (dentro o fuera de sus fronteras);  su sentimiento común, es el miedo.
 
Y el peor recurso de sus políticos (en eso fue maestro George W. Bush) es alentar el miedo.
 
Sembrarlo y abonarlo ya sea mediante la divulgación de riesgos verdaderos o mediante la invención de conjuras apocalípticas, torres derribadas, amenazas terroristas o enemigos de la libertad encarnados de preferencia en los débiles, en las minorías, en la extranjería, en la distinción, la diferencia religiosa o la pobreza.
 
Los americanos no son en estricto sentido, hombres libres. Viven
eternamente atemorizados; presos de controles de  todo tipo, desde los feroces impuestos, hasta los seguros de gastos médicos, las dobles hipotecas y el temor de perderlo todo para lo cual les basta guardar feliz y resignado silencio cuando los revisan en los aeropuertos y les quitan los zapatos.
 
Y ese miedo, como en soplo permanente en sus rojas nucas, es el alimento de todos sus fanatismos y la justificación de todo su armamentismo y la permanencia de su verdadera ideología poslírica, el militarismo.
 
Por eso el crimen en contra de Gabrielle Giffords se explica nada más por el, miedo de los conservadores a todo cuanto la propaganda les ha metido por ojos y oídos a través de los medios reaccionarios para quienes migrantes, terroristas, cafés, palestinos, musulmanes, asiáticos y demás, son lo mismo y por tanto son un peligro.
 
Eso obtiene la política cuando invoca lo peor de la gente. Lo más primitivo, lo irreflexivamente débil. Por eso es un peligro el anatema contra una opción política diciéndole peligro. El KKK los iba a librar del peligro de los negros y la bomba atómica de los demás. Japoneses, comunistas, mexicanos pobres o islámicos. Lo mismo da.
 
El pasado cinco de noviembre Gabrielle Giffords dijo las siguientes palabras cuando ganó su lugar en el Congreso americano por el VIII Distrito de Arizona:
 
“Me siento muy honrada de que el pueblo de Arizona me haya reintegrado al Congreso para luchar ahí por sus intereses. Nuestra victoria no es un accidente. Ganamos porque demócratas, republicanos e independientes empujamos juntos durante la campaña para enfocar la solución de los verdaderos problemas que enfrentamos.
 
“El reto que afrontamos es muy grande. Las familias luchan por sostener su economía; nuestra frontera todavía no es segura y nuestros ancianos se preocupan por sus necesidades elementales.
 
Debemos encarar estos desafíos frente al mundo que se nos presenta.
 
“Debemos trabajar juntos para crear una nueva generación de empleos en Arizona con base en ciencia e ingeniería y energía solar en lo que este estado puede ser un líder mundial.
 
“Quisiera reconocer la actividad de mi oponente durante los esfuerzos de campaña. A los seguidores del señor Kelly les digo que respeto sus opiniones; admiro su pasión y comparto su amor por nuestro país nuestro gran estado.
 
“Nuestro país debe ser fuerte para resolver los problemas  y eso significa que debemos aprender cómo trabajar juntos de nuevo. Nuestros hijos cuentan con nosotros.”
 
--“Cómo trabajar juntos de nuevo”. Pues ya no.
 
EX-GOBERNADORES
 
Tan felices y tan contentos como “El jibarito” ciento doce ex gobernadores del PRI enviaron un desplegado ayer (el coordinador de tan singular afán fue el coahuilense Eliseo Mendoza Berrueto) para festejar la entronización de Humberto Moreira y Cristina Díaz en el Comité Ejecutivo Nacional del partido.
 
Bonita muestra de unidad, no cabe duda, pero no todos los presentes en esa nómina deberían firmar un  documento en cuyas emocionadas líneas se celebran la nueva generación y su compromiso con  las causas populares y las demandas sociales.
 
Y además de muchos señores de impresentable desempeño, cuya sola firma ya ensucia la memoria, hay ausencias muy notables. De lo otro, en otra columna.
 
Por ejemplo, entre los ex gobernadores del estado de México, no aparece el nombre de Arturo Montiel (no vaya a ser) ni entre los algunas vez jefes del DDF, Manuel Camacho. Nada más Ramón Aguirre y Manuel Aguilera. Tampoco Oscar Espinosa.
 
Nadie firma por Zacatecas, ni Genaro Borrego, ni Arturo Romo. En Oaxaca como si no hubiera existido José Murat ni en Tlaxcala Beatriz Paredes o José Antonio Álvarez Lima. Menos el nombre del precioso Marín en Puebla. De Chiapas ni se diga; son más los ausentes.
 
Pero las formas son siempre materia de la dogmática liturgia priísta.
 
--Gracias Eliseo, no esperaba menos de ti, hermano...
 
--Ya sabes, si se te ofrece algo, hermano...

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