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Renuncias, denuncias y el tiempo fugaz



Si se trata de desplazar a una figura cuya ineficiencia ya ni siquiera queda en duda, muchos son quienes deberían renunciar sin esperar un escándalo.

El pasado fin de semana, entre las flores amarillas y la visita a los panteones, un recurso electoral de Morena (exigir la renuncia del presidente de la República) se extendió hasta alguno de los más endebles analistas quien de seguro halla en la escritura de tan temida y rotunda palabra la satisfacción negada por el exilio voluntario. En fin.

Renunciar es una palabra esquiva en México. Se usa para muchas cosas, entre ellas, el ataque sesgado, la solución sin solución y el desplazamiento de algún funcionario incómodo.

Durante muchos años se usó para sustituir el parte médico, sobre todo cuando éste venía de los raros terrenos de la fantasía. El señor licenciado deja el cargo por motivos de salud. Después se modificó la costumbre y el uso fue: renuncia por razones personales.

Pero como en los casos de puestos a los cuales se llega por el voto popular y éstos no son “renunciables”, el cargo se abandona mediante el expedito procedimiento de la licencia o permiso. Fue por ejemplo el caso de Ángel Aguirre quien –dicen— vive ahora con un ojo al gato y otro al garabato, pues entre sus tentativas de permanencia y su conveniencia de viajar hasta donde la conveniencia  le alcance, no sabe si lo siguen, lo vigilan o lo persiguen.

Por pronto, y hablando de ojos, ya duerme como el caimán, con un ojo abierto.

Hace unos días un amigo formado en la cultura crítica decía: la diferencia de esta crisis política de Ayotzinapa y el movimiento estudiantil de 1968 y sus funestas consecuencias, es la inocencia del presidente; es decir, Peña no intervino en la comisión de los hechos, ni siquiera se le puede criticar por alguna omisión. Todo fue un asunto local. Grave, pero local.

Pero las consecuencias le caen de manera directa, tanto como para nutrir los resentimientos de sus adversarios (y hasta enemigos) para pedir, de manera extravagante, sin ton ni son, una renuncia.

Y otra frase del amigo crítico: la diferencia verdadera con el 68 guarda relación con los desaparecidos. Antes el gobierno escondía los muertos; hoy se dedica a buscarlos y no los halla.

Más allá del juego de palabras, deberíamos pensar en la utilidad de las renuncias. Si se trata de desplazar a una figura cuya ineficiencia ya ni siquiera queda en duda, muchos son quienes deberían renunciar sin esperar un escándalo. La mala calidad de su gestión sería suficiente.

Otros no se van pues su puesto es el pago a una tendencia política, un viejo favor o una presencia de grupo. Y si se llegan a ir, pues el caso ni siquiera se resuelve.

¿Renunciar en lugar de denunciar?

Sale barato, muy barato, en especial cuando quien parte empujado por la espalda, deja el cargo y la carga. No se procede judicialmente. Más valdrían las consignaciones y menos las renunciaciones.

SALDAÑA

Jorge Saldaña será recordado durante mucho tiempo. Gracias a su amplia visión sobre la mezcla del entretenimiento y la inteligencia crítica o simplemente analítica, la televisión mexicana tuvo muchos momentos de frescura, interés y divulgación.

Saldaña llevó a la TV (cuando era en blanco y negro) el alfabeto feliz y la biblioteca. Llenó espacios entonces vacíos para dejar de lado la “caja idiota”.

FREYRE

Felicidades a Rafael Freyre. Cumple  –a salto de rana feliz—  apenas 98 años de edad.

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