Domingo 06 de Octubre, 2024 - México / España
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Un paseo por el mundo idiota



La primera idiotez de este prolongado relato, se origina en la pérdida de una cartera.

El dueño de la “pelleja” (como se decía el barrio de Analco, a donde sólo entraban los maleantes), vive convencido de la intrínseca estupidez de extraviar todos los documentos, excepto el acta de nacimiento.

Pero ese descuido tiene un altísimo precio.

Mucho mayor al trabajo comunitario inventado por nuestras ilustres autoridades de “movilidad”, quienes rechazaron las fotomultas por ser abusivamente recaudatorias (vulgares exacciones, en verdad), y las sustituyeron por trabajo forzado (como encomenderos) para escarmentar al osado conductor cuyo vehículo exceda la velocidad.

El precio, como dije antes, es tramitar duplicados y reposiciones. Sobre todo las bancarias. Del INE y la licencia de conducir, ni hablamos.

El primer paso --o el primer círculo-- de ese infierno, como se sabe es el reporte telefónico. Cuando por fin una voz cansada de repetirlo (si las contestadoras programadas se fatigaran); nos quita el sonsonete de todos nuestros ejecutivos se encuentran ocupados, es tiempo de responder un cuestionario infame.

--¿Se le extravió o va a reportar un robo. Si es un robo necesita levantar un acta, para la reposición, pero el bloqueo se puede hacer desde ahora; nos dice una señorita cuyo entrenamiento la obliga preguntar (horrible traducción al espanglish de la cortesía gringa “how are you today?”) “¿…y cómo se encuentra el día de hoy?

--Mal, señorita, se me perdieron mis tarjetas.

La víacrucis comienza con pesquisa de los datos cuyo levantamiento se hizo cuando se abrió (ellos dicen, aperturó) la cuenta. Otra vez el rosario de preguntas.

--¿Y su cuenta era de IXE o de Banorte?

Después viene el siguiente paso: rescatar un pequeño pedazo de plástico digitalizado con “chip” y demás monerías, para lo cual se debe acudir a la sucursal de origen porque en la otra no es posible hacer nada, excepto recoger el folio.

El folio es una especie de código criptográfico, con el cual el banco sabe las dimensiones de su ignorancia, porque cuando ser presenta el dato (cuya numeración enorme, larga e imprecisa ya ha sido enviada al correo del perdedor de tarjetas) se deben cotejar todos los datos y responder todos los interrogatorios ¿sabe usted? Por seguridad.

Y por esa misma “seguridad” no se le permite al mendigo de las tarjetas abrir el correo en su teléfono para consultar el célebre y nunca divulgado número de folio, so pena de ser echado a la calle por un gerente mal encarado quien a su vez llama a un policía de chaleco seguro y panza prominente.

--¿Y entonces, cómo saco el folio, si me lo enviaron a mi correo?

--Pues puede salir aquí afuerita y regresar. Bueno, si no lo tiene yo aquí se lo proporciono. La verdad se le envió sólo para fines informativos.

--¿Informativos?

En otros bancos ese trámite dura diez minutos.

En este, días y a veces más. Son las ventajas de la banca nacional sobre la banca extranjera. Obviamente este es orgullosamente nacional; o sea, ineficiente, burocrático, incómodo, lento. Pero mexicano.

Y cuando por fin, tras días de espera y todo lo demás el demandante tiene en sus manos los cuadritos de plástico, debe “activar” las tarjetas.

Toda una proeza tecnológica porque en repetición infinita del mismo dialogo telefónico y después de escuchar “¿Cómo se encuentra usted hoy?”, un telefonista con espíritu de Hércules Poirot, pregunta y pregunta cosas tan sabidas como cuál es su nombre completo, y su fecha de nacimiento, y…

Una vez en la calle el dichoso poseedor de sus dos nuevas tarjetas, útiles para sendas cuentas, corre el riesgo de ser atropellado por un patín del diablo, con un idiota encima por la banqueta en rápida circulación.  

--¿Y luego por qué los “planchan”?

Pero el señor alcalde de Miguel Hidalgo, el señor Romo, ya nos dijo lo exhaustivo de una reglamentación para los “scooters”, cuyo ordenamiento llega después de su extenso uso (no antes, como sería deseable e inteligente), y no será aplicado ni cumplido jamás.

Pero no son nada más los patines y las bicicletas en las aceras. Son los perros y los paseadores perros con sus jaurías, llenando de caca la ciudad… y hasta la pantalla del cine. Porque la excrecencia canina en “close up”, es un momento culminante de la estética de “Roma”. El “Oscar” a la caca de perro.

 

Twitter: @CardonaRafael
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