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cciones de reelecciones



Lo digan o no; lo nieguen en público y lo ansíen en privado o en el íntimo pensamiento cuya esquiva condición imaginativa y anhelante a veces el hombre no controla del todo, pero todos los presidentes mexicanos, de Obregón para acá y quizá desde siempre, han imaginado al menos la posibilidad de una reelección.

Las frases dedicadas al freno de tal empeño; la primera de quien hizo de su permanencia en el cargo, el signo de un tiempo cuya condición necesitó un millón de muertos para medio reencauzar la vida nacional, está contenida en la frase final del manifiesto de La Noria, en el cual se nos advierte como suficiente circunstancia para la tranquilidad y el progreso de México, la ausencia de un afán de repetición en el cargo.

Díaz también abjuró de sus intenciones reeleccionistas.

Álvaro Obregón manipuló las modificaciones constitucionales y logró cambiar el texto para lograr la reelección. Algunos generales, especialmente Arnulfo R. Gómez y Francisco Serrano se opusieron, entre otros muchos, y algunos fueron fervorosos antirreeleccionistas por convicción ideológica, mientras otros se opusieron por no ser ellos quienes se beneficiaban del cambio legal, apenas pocos años después del texto queretano.

Como haya sido, el asunto se resolvió, muy a la mexicana, en Huitzilac.

Bertha Hernández lo narró así en alguna ocasión:

“...Ése era el ambiente cuando en octubre de 1926 el famoso Gonzalo N. Santos llevó al pleno el proyecto de reforma al Artículo 82 de la Constitución. Tan armada iba ya la cosa, que el proyecto se fue de volada a la comisión de puntos constitucionales, hubo dispensa de trámites y en dos días estaba aprobada con 199 votos a favor. (Ojo: dos días, para que tomen nota los señores congresistas). Menos de un mes después, por unanimidad, el Senado daba por aprobada la reforma.

“Los estados se fueron integrando progresivamente a la reforma constitucional, con excepción de Chiapas, cuya legislatura pataleó, aunque más bien se debía a los buenos bonos que el general Francisco Serrano tenía por allá”.

Pero ya Presidente Electo, Obregón fue asesinado y la pretensión reeleccionista abortó en Chimalistac. Leon Toral con una pistolita de seis tiros, le metió 18 al manco e invicto general. Se acabó el cuento.

A Obregón lo sustituyó Emilio Portes Gil, el único de aquellos grandes a quien conocí, además de don Gonzalo N. Santos.

—La reelección es un asunto sepultado en este país. De eso ya no vale la pena ni volver a hablar, me dijo un día.

Pero él si habló.

Cuando Miguel Alemán estaba en la cima de su popularidad y México se asomaba a la pantalla de su televisión (la de él y la de México), quiso sondear a los expresidentes en torno de un posible intento reeleccionista anidado ya en su privilegiada cabeza.

Se reunieron Cárdenas, Portes Gil, Ortiz Rubio, Ruiz Cortines y Manuel Ávila Camacho.

Cuando Alemán terminó su tanteo, Portes Gil, taimado, socarrón y con un colmillo enorme, con suave lenguaje, irrumpió:

—Señor Presidente, le dijo más o menos. Yo creo muy posible el aprovechamiento de la experiencia. Reelegir a un presidente de México, es una posibilidad a la cual yo, personalmente, no me opongo. Y permítanme, mis amigos expresidentes interpretar sus pensamientos; de entre nosotros, señor presidente Alemán, ninguno vería con malos ojos una segunda candidatura del ilustre señor general Lázaro Cárdenas.

“Todos, incluyendo al general, sonrieron. Alemán también.

—Muchas gracias por su tiempo señores —dijo don Miguel— y así se dio por concluida la reunión. No se volvió a hablar del tema en esos años.

Los siguientes presidentes de México nunca hicieron algo por la reelección. Cuando más, un chiste.

Cuando Carlos Salinas de Gortari sembraba en todas las parcelas de la opinión y lo mismo invitaba a su casa (ahora convertido en Museo de la Curiosidad, por llamarle de alguna manera transitoria a Los Pinos) a Gabriel García Márquez o a algún otro artista de prestigio, convidó a Silverio Pérez, matador de todos y exalcalde de Texcoco.

La charla se iba por la condescendencia ante lo intrascendente, cuando de pronto Salinas le dijo al faraón:

—Y usted, Silverio, ¿cuántas veces fue presidente?

—Tres veces, Señor Presidente, tres veces, dijo el “tormento de las mujeres”.

—¡Ahí, está!, dijo Salinas. ¿No que no se puede? Y él mismo soltó la carcajada.

Hoy no está por demás reafirmar el respeto por el “maderismo”.

En México sólo cuatro expresidentes se podrían beneficiar por la reelección presidencial, Zedillo, Fox, Calderón y Enrique Peña.

 

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