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Sepultar a los sepultados



La terrible explosión y el posterior derrumbe en la mina de carbón de Pasta de Conchos, gemela de aquella otra desgracia de Barroterrán, ambas en Coahuila, ha servido para darle fuerza a todas las formas imaginables de la demagogia. desde el 19 de febrero del 2006.

Fue demagógico y aparente el recurso de Napoleón Gómez Urrutia de inventar la figura del “homicidio industrial” para encubrir con ella sus problemas en la entrega de fondos al sindicato de los mineros, cuya presidencia heredó de su padre en los años idos de la hegemonía cetemista en el movimiento obrero mexicano.

Con 50 millones de dólares en el aire, Napoleón Gómez Urrutia se exilió y desde Canadá esperó, con el respaldo de los capos de la minería canadiense (dueños de la mitad del subsuelo mexicano útil) y los acereros estadunidenses, los vientos favorables de la regeneración  nacional y pasó de prófugo a Senador señalado por el dedo de Dios.

Fueron demagógicas las actuaciones  del entonces presidente Vicente Fox y su secretario del Trabajo, Francisco Javier Salazar, quien  —en otro gesto demagógico barato—, fue echado de Coahuila por el gobernador Humberto Moreira quién lo declaró persona non grata.

También hubo demagogia en el Grupo México y las cuantiosas lágrimas de cocodrilo de Germán Larrea quien ahora se monta en el cabús del trenecito irreal del rescate de los cuerpos, cuando todos, hasta los familiares de quienes perdieron la vida, saben de la imposibilidad física de recuperar los restos.

Pero ésa ha sido una bandera demagógica de los grupos defensores de Derechos Humanos, como por ejemplo, esa organización llamada “Familia Pasta de Conchos” cuya labor ha sido mantener viva la esperanza de las familias (como en cierto modo hacen quien es lucran con los 43 de Iguala), en torno de un rescate imposible.

La CNDH, en su recomendación alusiva a los hechos de hace tantos años, asegura:

“En general, la minería subterránea está considerada como una actividad de alto riesgo debido a la existencia de gases que provienen del mineral, rocas encajonantes, fallas, fracturas, explosivos, equipos y maquinarias utilizadas, etcétera; la disminución del oxígeno necesario para la respiración del trabajador, debido a la ubicación con respecto al nivel del mar, la presencia de otros gases y la respiración del personal en el interior de la mina; la presencia de humedades por factores internos de la mina (a 200 metros de profundidad), y la presencia de agua…”

En esas condiciones los mineros atrapados por la explosión, quedaron sepultados por toneladas de tierra y piedras.

Desde entonces están sepultados, pero la demagogia los quiere exhumar para inhumarlos.

Bien podrían ahí hacer un cenotafio digno de su memoria. 

ROMERO

Hace unos días en esta columna le di a conocer una carta de los trabajadores de la fracción panista en la Cámara de los Diputados en la cual se daba cuenta del intento del panista  Jorge Romero (Atila), de compensar las mermas de los legisladores a costa de la expulsión  de los trabajadores.

Con  estos fragmentos, le refresco la memoria:

“A nombre de la plantilla  laboral(140 empleados) de la bancada del PAN en San Lázaro, les pedimos su apoyo para evitar el despido masivo que pretende un grupo de legisladores encabezados por Jorge Romero, para  que las partidas económicas, que consideran según sus cálculos entre 70 y 100 mil pesos para cada uno de los 88 legisladores que la forman, le sean entregadas en efectivo a cada uno de ellos…”

“Romero, exdelegado en la Benito Juárez, en la Cd de México, encabeza a un grupo de diputados, que, por ambición política y económica, pretende despedir a toda la plantilla laboral, con el pretexto de “ahorrar”, pero a cambio quiere que ese “ahorro” les sea entregado mensualmente a cada uno de los diputados panistas en efectivo en un sobre personalizado.

“De paso, quiere ocupar el lugar de Juan Carlos Romero Hicks, actual coordinador de la bancada...”

Pues recientemente una fuente cercana a la coordinación de los diputados azules, Juan Carlos Romero Hicks, me informó del fracaso de esa intentona. Y de paso confirmó la veracidad de los dichos de esos trabajadores cuyos nombres tengo, pero me reservo por protección de sus intereses.

El asunto se le cayó a Romero quien ya había sufrido un  descalabro similar cuando en la Asamblea Legislativa del DF quiso (con los pillos de las demás fracciones), convertirse en triunviro administrador de los fondos de la reconstrucción postsísmica en la ciudad de México.

No deja pasar una.


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