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El desconcierto de la victoria



Quizá como no ocurría hace mucho tiempo, la crítica se convertirá en este país en una difícil y peligrosa actividad contra la corriente. No por haber prescindido de estas condiciones en épocas pasadas, sino por un efecto derivado de la aplastante victoria de quienes hoy apenas comienzan a digerir la enormidad del bocado.

Y digo quienes, porque un movimiento político es una empresa común. Quizá dirigida, regida, dominada por un líder, pero en el fondo todos quieren su trozo del pastel o del botín, como se oiga menos feo.

Queda para la historia el origen de esta estructura, cuya enormidad política la presenta como el principio de una presencia inamovible, al menos durante el próximo cuarto de siglo.

Lo hemos dicho aquí muchas veces, si el Partido Acción Nacional recibió, por razones geopolíticas, la alternancia como una dádiva, sin noción real ni sentido profundo del ejercicio del poder y duró doce años en él, quienes llegan tras una construcción social fuerte y bien cimentada en los rencores de clase y las ofertas populistas de redención (no por ello menos posibles); permanecerán por lo menos el doble.

No abrirán la mandíbula para soltar la presa. Nunca más.

Y no será necesario porque México ha vuelto a la senda de su tradición de poder total. El caudillismo pleno al estilo de Juárez, Díaz o el PRI, ahora en su nueva encarnación, Morena, no es una conformación sociopolítica abolida de la memoria nacional, es quizá (como ocurrió por siglos en Iberoamérica), la fórmula precisa para conducir un pueblo peleado con sus propias contradicciones mestizas.

“...te lo he dicho mil veces

y te lo dije a ti, cara a cara

que tu ambición

que lo pensaras

que por qué habías cambiado

que sobre los afectos

está siempre la causa

Y luego la Constitución

todavía fresca

habíamos jurado

tú cambiaste partido

y a mí una noche

me insistieron

usted es el único que puede acercársele

usted es el único que puede salvar

a la patria

si usted no se mueve quedará traicionada

por siempre la causa

del pueblo

y habrá sido inútil la lucha, la muerte

y el sacrificio

de tantos hermanos

Por eso lo hice ¿comprendes…?”

La patria como riesgo y el hombre providencial como camino único: el hombre providencial, el gran sabio, el gran caudillo, el macho al frente de la manada ciega, el dador, el padre, el Tata, el proveedor, el justo y el justiciero. Todo eso cabe en los personajes de siempre.

Don Porfirio:

—¿Qué hora es?

—La que usted diga, SEÑOR PRESIDENTE (con mayúsculas)…

Todo esto volverá a nuestras vidas, si en verdad se había alejado lo suficiente, porque los contrapesos del poder se han diluido. Se ha licuado el pensamiento crítico hasta poner en ridículo aquellas viejas historietas en las cuales se decía ampulosamente: el pueblo es sabio y no le entregó todo el poder al Presidente, por eso el voto diferenciado.

Esas siempre fueron patrañas. El pueblo no es sabio ni tiene condiciones intelectuales.

La masa —en el estadio, la plaza pública, el mitin, la iglesia milagrosa—, no piensa porque su enorme anonimato colectivo es su única fuerza. El sentimiento, la emoción, el llamado primitivo de la tribu o la congregación lo impelen y compelen a una acción adherente.

La democracia electoral no es la suma de individualidades, sino la colectivización de un pensamiento dominante. Eso explica las mudanzas y las victorias apabullantes. El mismo electorado puede llevar a la presidencia a Obama o a un racista como Trump. Sólo varían las proporciones.

Por eso la encarnación autoritaria será una consecuencia inevitable, aun cuando no sea por ahora una intención. Nadie será obligado a pensar como lo dicte el líder. Todos lo harán (y ya han comenzado), desde ahora.

Ya se comulga plenamente con las ideas centrales de todo discurso digno de respeto: gobernar para todos, olvidar los resentimientos, procurar la reconciliación nacional, buscar la concordia, establecer el reino de la justicia; no de la venganza y todo ese largo catálogo de pías intenciones sobre las cuales se van a estrellar las olas de la realidad, cuando el mundo real se imponga.

Y aquí otro fragmento de Jorge Hernández Campos:

“...México está ciego, sordo y tiene hambre

la gente es ignorante, pobre y estúpida

necesita obispos, diputados, toreros

y cantantes que le digan:

canta, vota, reza, grita,

necesita

un hombre fuerte

un presidente enérgico

que le lleve la rienda

le ponga el maíz en la boca

la letra en el ojo.

Yo soy ése

Solitario

Odiado

Temido pero amado”.

 

*Esto se publicó originalmente hace un año. En el 2019, se volverá a publicar.

 

Twitter: @CardonaRafael
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