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El “Ganso” nunca voló



En la accidentada historia de la aviación hay un capítulo maravilloso: el avión de la megalomanía de Howard Hughes, quien además de ser un genio de la ingeniería, el cine y casi cualquier negocio, ideó con el Pentágono un aparato gigantesco apto para transportar 750 soldados con todo su equipo a bordo y dos tanques Sherman de 30 toneladas cada uno, y capaz de cruzar el Atlántico impulsado por ocho motores de 24 mil caballos de fuerza, sin miedo a los submarinos alemanes.

El avión más grande del mundo (no lo tuvo ni Obama) le fue encargado a Hughes por el Pentágono en 1942 y el primer prototipo fue terminado en 1947. Ya ni guerra había. Su único vuelo no rebasó 1 mil 300 metros y no se alzó por encima de los veinte.

Fue un absoluto fracaso. Un muy costoso monumento a la demagogia. Un avión en el suelo es lo más parecido del mundo a una gallina sin huevos. Ni vuela ni sirve para nada.

Hoy ese avión, con fuselaje de madera porque así lo propició la escasez de hierro en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, duerme en un museo llamado Evergreen Aviation Museum.

Nadie lo quiso, ni siquiera la ONU lo pudo vender. Quedó ahí arrumbado. Por cierto ese avión tuvo dos nombres: primero se le llamó Flying Lumberyard (Aserradero volador, en tono de ironía) y después, ya en serio, El Ganso de abeto.

Hughes era un enfermo mental. Su distorsión se hizo más manifiesta en el fin de sus días. Vivía encerrado no sólo en sí mismo, sino en alcobas penumbrosas, temeroso de cualquier bacteria. Fue precursor del gel sanitario. Todo el tiempo se lavaba las manos y no se cortaba ni el pelo ni las uñas. Siempre rodeado de mormones de una guardia fanatizada o al menos tan hipócrita como para hacerle creer una fidelidad incierta, se pasaba las horas viendo viejas películas, incluso las producidas por él cuando las estrellas de Hollywood desfilaban por su cama. No existía el #MeToo.

Pero esta historia del avión inservible me vino a la cabeza por el más famoso aparato volador de nuestra historia.

No fue el célebre Cuatro Vientos, ni el México-Excélsior de Emilio Carranza, trágicamente despedazado en Nueva York, ni el Pinocho de fabricación completamente nacional. Menos el Francisco Zarco, en el cual volábamos los reporteros del siglo pasado.

No, el avión más famoso de México es el José María Morelos y hace ya muchos meses no conoce el aire libre ni la caricia de las nubes en sus alas plateadas. Lo encajonaron en un hangar de California, donde cobran por lavarlo e inflarle las llantas o sacarlo a dar la vuelta, como potro de hipódromo. No se le vaya a “pegar” la máquina, como dice el mecánico de mi vocho.

¿Y por qué no vuela el Morelos?

Pues por un discurso político cuyo cumplimiento hasta ahora ha costado “13 millones de preservación aproximadamente y 15 millones de mantenimiento”. ¿Y para qué?

Para cumplir con el abatimiento de un símbolo. O como lo dice el Señor Presidente: “…es una expresión de cómo había dos mundos: el mundo del pueblo y el mundo de los gobernantes. Dos esferas distintas. Mientras la gente no tiene ni para lo más indispensable, para lo básico, para satisfacer sus necesidades básicas, los funcionarios, con dinero del pueblo —porque el presupuesto es dinero del pueblo, no es de los funcionarios, no es de los servidores públicos, nosotros somos simplemente administradores de los dineros del pueblo—, los funcionarios se sentían reyes, eran como una monarquía criolla y vivían colmados de lujos y de privilegios. Por eso se decidió vender estos aviones…”.

Por otra parte el avión ha tenido una vida accidentada. Un presidente lo encargó, otro lo estrenó y un tercero lo quiere vender.

¿Por qué no se puede (o no se ha podido vender)?

“…Presidente, ¿fracasó la venta?”, le preguntaron ayer al Ejecutivo.

Y él respondió: “No, es que es complejo y no queremos malbaratarlo, mejor esperar… había compradores, pero al final no consiguieron ellos financiamiento y se está pasando el tiempo, y por eso tomamos esta decisión. Ya queremos resolver este asunto… Es una mala operación desde el principio, hasta técnica. Ya lo dijimos, lo que pasa es que no se tomó mucho en cuenta, pero hasta para usar un avión de transporte en beneficio del Presidente es un avión muy grande, demasiado grande, demasiado costoso…”.

El Ganso de abeto duerme en Oregón.

Twitter: @CardonaRafael

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