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El grano de arena



Hace muchos años un amigo mío se quedó sin trabajo. Su desgracia comenzó cuando el dueño del periódico donde escribía magníficas crónicas deportivas, mal pagadas con un salario de pacotilla, lo invitó a una cena.

Con ese gesto de cercanía, creyó ver un nuevo panorama y cuando alguien conoce un nuevo panorama siempre le halla promisorios frutos.

Pero en este caso no fue así.

A la mitad de la cena, y achispado por los brindis y la confianza, miró a su alrededor y no pudo contenerse. El lujo de la mansión lo había impresionado.

—Oiga, le dijo, ¿y de esta casota cuantos ladrillos hemos puesto los que escribimos sin cobrar?

El director, sin perder la compostura le dijo nada más: “Algunos, pero no se preocupe, se los voy a regresar”.

Al final de la cena un ayudante acompañó a mi desafortunado amigo a su automóvil y le dijo mientras le daba un tabique:

—Dice el jefe que te aproveche. Y le metió un ladrillazo.

Y hoy, cuando se termina el plazo para presentar la anual declaración fiscal de las personas físicas, promovido por el gobierno de Morena, como el granito de arena, uno paga el 35 por ciento de sus haberes, y también se pregunta, ¿cuántos ladrillos del monumento a los ladrones de huachicol en Hidalgo estoy poniendo?

—¿A cuántos ninis les estoy facilitando un subsidio, a cuántos viejos (mis compañeros), enlistados en la pensión universal les estoy pagando su comida durante un mes o más?

A miles, en todos los casos. Es un honor.

A lo mejor con los dineros entregados al Servicio de Administración Tributaria yo he colaborado para los estudios (aún inexistentes), sobre la viabilidad de Santa Lucía. Al menos ese pago me hizo sentir parte de la proeza aeronáutica del México contemporáneo y escuchar esto me ha llenado el pecho de orgullo:

“… Nos da mucho gusto (ha dicho el señor presidente) participar en esta ceremonia de inicio de estudios y trabajos para la construcción del nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México.

“Éste es un proyecto fundamental porque va a resolver el problema de la saturación del actual Aeropuerto de la Ciudad de México, pero también va a ser un ejemplo de cómo se puede llevar a cabo una política racional, austera, en el marco de la honestidad que necesita establecerse como forma de vida y como forma de gobierno en nuestro país”.

No se trata nada más de aportar en lo material para gastarlo en “estudios y trabajos”, sino de participar en la construcción de una política, racional, austera y honesta “que necesita establecerse como forma de vida y como forma de gobierno en nuestro país”.

Pero en este caso no se trata de una fastuosa ceremonia en la cual se coloque, con garrucha y cuchara de albañil la primera piedra de algo.

No es un corner stone, como dicen los americanos, ni tampoco una botella de champaña contra el casco de un barco nuevo: es una ceremonia para iniciar los estudios y los trabajos, lo cual viene a ser una redundancia, pues hacer un estudio de esa magnitud implica en sí mismo un trabajo.

No importa si algunos lugareños se han quejado por la escasez de agua en la zona o si el Instituto Nacional de Antropología e Historia ya comenzó con la cantaleta conservadora de los vestigios del pasado. No importa nada.

Total, si en tiempos lejanos el Senado de la República tuvo más de tres colocaciones solemnes de primeras piedras para edificios jamás construidos, antes de alzar el horroroso y antifuncional cachalote del Paseo de la Reforma, cualquier inicio de obra en nuestro país es —a veces— una simple promesa, un incumplido deseo, una quimera, un muro de humo, una cortina de luz, una estatua de hielo bajo el sol.

Pero ahora todo es distinto. Dijo el Presidente:

“…Ya hasta les adelanto, es muy buena noticia para nosotros, a lo mejor no para nuestros adversarios, conservadores que, dicho sea de paso, los respetamos mucho, sinceramente los respetamos, pero ya puedo decirles que se llevó a cabo la consulta en los pueblos de alrededor de Santa Lucía.

“¿Y qué creen?

“La gente aprobó el proyecto”.

¿Pero no fue el proyecto (o los estudios) lo iniciado apenas?

Si el lema inscrito en el Monumento a la Madre: “A la que nos amó antes de conocernos”, vale para algo, ahora se le puede comparar: a quienes aprobaron el proyecto antes de conocerlo.

 


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