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Borrar el 13 de julio



Si en el actual gobierno hubiera un mínimo de equidad para tratar como temas sociales todos los asuntos relacionados con grupos ajenos a su tradicional clientela  (ninis, campesinos, agitadores, luchadores sociales, “ocupas”, invasores, maestros de la CNTE y demás), el conflicto de la Policía Federal debería reconocerse como un tema de derechos sociales y hasta humanos.

Esos derechos sobre los cuales —dicen—  se asienta la legitimidad moral de la IV-T. Por lo pronto, el “Día del Policía Federal” (instituido por Decreto de 2009), debe desaparecer del calendario cívico. Ya no habrá ni cuerpo federal ni policías. Por las buenas o por las malas.

Pero el verdadero problema es éste: a los elementos de la PF se les ha tratado como semovientes; no como personas.

Y no se trata únicamente de las majaderías  (majadería viene de majada), del impresentable señor Garduño, cuya fama en esta ciudad es conocida tras su paso por la Secretaría de Transporte y Vialidad, sino de una idea más profunda: como todo vestigio del pasado —incluido el Ejército tan prescindible cuando más se le utiliza— es obligadamente materia de desprecio y anulación.

Es la vocación extintora del nuevo régimen. O al menos del nuevo gobierno o la nueva forma de gobernar, entre tercera y home.

En la mente de los funcionarios relacionados con la (in) seguridad pública, se trata de indisciplinados y corruptos, quienes no admiten ser evaluados por la Secretaría de las Defensa Nacional como si se pudieran medir las toronjas con el rasero de las granadas.

La “evaluación castrense” necesitaría un  poeta para consagrarla como una evaluación  “punitiva”, como hicieron los demagogos con los exámenes magisteriales. Los “centeístas” (aliados electorales de la IV-T)  no querían la evaluación  y desaparecieron al Instituto responsable de hacerla. Así, de un  plumazo.

Los policías, apolíticos —o al menos no militantes en bloque—, no tienen salida: serán sometidos y abusados. Serán sometidos en bloque.

Hoy los policías pelean por su empleo, su seguridad social,  su  antigüedad, sus derechos laborales y su protesta es calificada como la obra ruin de una indefinida mano negra. ¿De quién?  

Si se conoce la existencia de una mano negra, bien valdría la pena, con base en la enorme cantidad de información  disponible en el Palacio Nacional, exhibir al manipulador oscuro. ¿Quién es el negro de la mano negra?

Por ahí se debería comenzar en la necesaria despigmentación de la identidad misteriosa.  Todo lo demás es la célebre y muy recurrida teoría del complot, justificación para cualquier otra acción en el campo político, y de la cual el propio secretario Durazo, da un indicio: Felipe Calderón  ha sido propuesto como o representante de los rebeldes,

Por eso las palabras de Alfonso Durazo, ayer al mediodía, hacen inútil cualquier intento de negociar: acudan a las vías institucionales, es decir, no chillen, no rasguen camisas, no bloqueen calles. No se comporten como luchadores sociales. Eso no es para ustedes. Y sobre todo, devuelvan las armas y los vehículos ahora en su poder.

Las manifestaciones no tienen razón de ser, se buscan los más altos estándares internacionales de calidad y se debe ser riguroso en la selección; las quejas se deben a críticos sistemáticos del gobierno y la corrupción  incrustada en la PF. No tiene razón  de ser.

No se les darán viáticos porque  no se les moverá de un  sitio a otro. ¿Se los habrán dicho a quienes comisionaron al INM para dormir en la digna comodidad  del suelo terregoso?

Durazo habla de las  bondades  de la transición y de un ámbito para negociar la nueva adscripción antes de extinguir el cuerpo: les ofrece posibilidades a quienes no sean admitidos en  la Guardia, tanto en las aduanas como en los reclusorios. Y les dice, ya de salida, sobre las bondades del retiro voluntario y la jubilación, a personas cuyo trabajo, en muchos casos, no llega a los diez años de antigüedad.

Una belleza de justicia laboral. Pero no tanto como la maroma sofista de quien acusa a los defensores de la Policía de rasgarse las vestiduras, sin observar cómo los anteriores gobiernos (todos los pecados de hoy son culpa de los anteriores), abandonaron a la PF.

Y como gran hallazgo se saca de la chistera una adquisición de programas de Inteligencia, sobre la cual ni uno sólo de los agentes tuvo intervención ni quizá conocimiento.

Sea como sea, la Guardia Nacional nace con un obstáculo de origen. Se resuelva como sea este episodio, ya lleva en su interior el huevo de la inconformidad. Poco a poco se irá desarrollando, ahora como un aviso, después, quizá, como un tumor.

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