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El espejo detrás de la pared



La avasallante presencia de un partido político en el Congreso, con mayoría invencible en ambas cámaras, (avasallar significa dominio en condición de vasallaje o servidumbre), es entre otras cosas el triunfo de una paradoja, la consagración del absurdo y la más grotesca trampa de la democracia.

La corriente política cuya presencia hoy domina todo el escenario nacional, del Ejecutivo al Congreso y muchas legislaturas estatales con poder en la capital del país, y razonables expectativas de extensión futura en las siguientes elecciones, hasta teñir con su tinto color todo el país, en todas las esferas de la administración y la política, nació precisamente para destruir un escenario así.

Toda la lucha histórica de la izquierda fue para abatir la absoluta hegemonía del Partido único. Cuando “las fuerzas democráticas” lo lograron, no por la guerrilla, la subversión o la “lucha de clases”, sino por la concurrencia en los mecanismos democráticos desarrollados por el poder total, cuya fuerza se fue disgregando, migaja a migaja, no se logró la democracia de todos sino la de una sola tendencia, en cuya construcción, justo es decirlo, participaron todos.

Hoy la serpiente se ha mordido la cola: las tendencias cuyo afán destruyó el “partido único” y el “partido gobierno”, se han convertido, por la mágica vía de las urnas, en lo mismo contra lo cual lucharon. Derribaron una pared y se encontraron con un espejo. Hicimos la democracia para construir un poder total, centralista y unipersonal.

Sólo así se entienden los gritos del honor de estar con Obrador, soltados a lo pelado, a lo pelón, al viva Villa, durante la reciente instalación de los diputados en esta XLIV Legislatura y la disminuida presencia de los inservibles opositores de todos los demás partidos, incómodos, pero resignados, en el papel de monosabios, frente a la encerrona de un matador lleno de gloria y con la plaza llena.

Los gritos de triunfo, caso de soldadesca ebria de triunfo en el reparto del botín cuando se irrumpe en la vencida plaza, chocan frontalmente con las promesas y camelos de los principales de esta tendencia. Por eso suena grotesco el discurso de Porfirio Muñoz Ledo, quien en una reciente entrevista ha expresado algo tan falso como un billete de tres pesos:

“Porfirio Muñoz Ledo, quien será el próximo presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, aseguró que con Andrés Manuel López Obrador como presidente, el cambio democrático va en serio, que nadie crea que es frivolidad.

Afirmó que irán por la transformación de México por la vía del consenso. “Queremos que este país cambie a fondo, con aceptación de todos, sin imposiciones, pero vamos a cambiar”, advirtió en entrevista para En EF y Por Adela.

“En entrevista para El Financiero-Bloomberg aseguró: ‘Aquí se acaba un ciclo de 30 años, el ciclo neoliberal, con la más alta concentración del ingreso, la más alta marginación, la más alta pérdida de los recursos de los trabajadores. La evidencia en números es absolutamente fatal’”.

Anunciar sin titubeos el cambio, es una forma de imponer un diagnóstico y una estrategia; una finalidad y un compromiso. Y para hacerlo tendrán sólo un mecanismo: imponer. Poner encima de. Es como si alguien dijera desde el SAT, no vamos a imponer los impuestos.

Y en cuanto al fin del “ciclo neoliberal”, no deja de ser una frase simplona, indigna de cualquiera con dos dedos de frente. Sólo dos datos para destruir su dicho: el monumento al neoliberalismo fue el TLC.

Y hoy, este país acaba de tocar a rebato glorioso las campanas porque con Trump (y por su voluntad de revisarlo o abandonarlo) lo hemos prolongado con la presencia y aquiescencia del futuro gobierno, en cual (segundo dato) no tuvo empacho en incluir el capítulo de libertad energética (es decir recurso petroleros y gaseosos) en el arreglo con EU, precursor de la firma trilateral con los canadienses. ¿Cuál abandono del neoliberalismo?

El ciclo neoliberal no es una circunferencia; es una espiral.

Pero así como la democracia nos lleva a escenarios cuya vigencia debió destruir (o al menos para eso se le invocaba un día sí y otro también desde la Marcha por la Democracia, el Frente Democrático Nacional o el Partido de la Revolución Democrática), hay aberraciones legaloides de naturaleza ilegal.

Ya no digamos inmoral, como la mascarada carnavalesca, digna de los “Parachicos”, con la cual el gobernador de Chiapas, Manuel Velasco, se ha convertido en un anfibio entre el Legislativo y el Ejecutivo bajo la obsecuente mirada del líder.

Manuel Velasco (quien llegó al poder valido del PRI-Verde, ahora divorciado del agónico Revolucionario Institucional), manipuló la Constitución para lograr una “licencia- renuncia reversible” (posicionadora, diría el Doctor Chunga), y convertirse alternativamente en gobernador (hasta el 8 de diciembre), y senador (ahora mismo). Para eso contó con la presencia de una botarga de nombre “Willy” Ochoa.

Todo esto con base legal, porque las manipulaciones a la Constitución de ese estado, convertido en “banana town” por Velasco y los suyos (como si no hubieran sido suficientes los innumerables interinos, sustitutos y provisionales de su accidentada y grotesca historia), permiten pantomimas, descaros y trampas a la misma ley.

 

Twitter: @CardonaRafael

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