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¿Cómo se cocina un preso político?



Para elaborar este platillo, indispensable en la mesa de todo sistema de agitación política, se requieren ingredientes de fácil adquisición en el mercado de la leva sindical o gremial. Hay muchos y piden poco, al principio.

Tómese un ejemplar bien cebado, de preferencia un líder magisterial, y póngalo a macerar en los caldos del poder y el dinero.

Permítale negociar las movilizaciones de sus agremiados, trátesele con tolerancia ante sus incursiones, robos de autobuses, ocupación de calles y edificios, pues esa adrenalina revolucionaria le permite adquirir el adecuado sabor para cuando sea necesario presentarlo en la cocina respectiva, como la ingesta de romero suaviza el sabor de la carne del cabrito.

Agréguele un toque de doctrina social aportada de preferencia por un partido político de reciente registro y adóbelo con achiote revolucionario, un poco de tomillo (o topillo) y envuélvalo en hierbas aromáticas, cannabis de preferencia.

También se puede inyectar con vino blanco y si no lo tiene a la mano, mezcal de Oaxaca.

Cuando lo haya macerado por un tiempo considerable y sienta usted la carne a punto de cocción, ponga en otro recipiente a hervir un buen caldo de cultivo.

Para eso es necesaria la participación de los medios, cuya disposición de auxilio en este tipo de gastronomía siempre está garantizada. Ellos se encargarán de dulcificar el condimento, presentarlo con todas las virtudes y ventajas de la buena dieta.

Faltarán palabras de encomio para la calidad del platillo. Lo gustarán carnívoros y vegetarianos. Salvajes y veganos de reciente cuño. Ya se sabe, también en la comida hay corrección política.

Cuando los ingredientes se hayan popularizado y el activista o agitador o anarquista se encuentre listo para transformarse preso político, es necesario meterlo al horno de la paciencia.

Se pasarán por alto sus trapacerías en el manejo de fondos sindicales y el aprovechamiento económico de su posición, la venta de plazas, la transmisión hereditaria de derechos y, obviamente, la cobranza por acumulables derechos de pernada y similares, ejercidos sobre sus compañeras.

La calidad de este platillo depende también de la guarnición con la cual se presente.

No se le puede llevar solitario al plato, se le debe acompañar con ramitos de crítica ilustrada, ensayos de sindicalismo progresista, tesis de pedagogía o desarrollo democrático y obviamente, defensa de los derechos laborales.

Se pueden conseguir todos estos doctos acompañamientos, en cualquiera de los muchos centros superiores de estudios del país, cuyos académicos llaman timbal a una cucharada de arroz; cama a un puñado de lechugas picoteadas y luchador social a cualquier agitador de masas o masitas.

También en el lenguaje hay corrección política.

Cuando todos los ingredientes estén listos, métalo al horno con una temperatura de aproximadamente 350 grados. Más, le tostaría la corteza y lo resecaría. El jugo es muy importante. Menos, le impediría el dorado necesario.

De cuando en cuando rocíelo con un consomé de ONG previamente elaborado y rico en sabores de humanismo. Si puede conseguir ingredientes extranjeros, especialmente de la prestigiosa casa de condimentos CIDH, hágalo a discreción.

Es muy importante resaltar lo conveniente de este futuro preso en materia de la defensa de los Derechos Humanos, pues esa presentación permitirá venderlo en el precio necesario. Un platillo tan exquisito no se puede ofrecer a paladares pobres. Es quizá el toque de esplendor, como la yerbabuena en las verdolagas con carne de cerdo en la receta mágica de Pepe Alvarado.

Finalmente sírvalo cuando aún vaporice.

Los condimentos necesarios son la pimienta negra del fanatismo, el ají de la intolerancia y el agridulce de la biblioteca y los micrófonos siempre disponibles. Voces estremecidas de esposas e hijos acentúan la calidad del guiso. Compárelo, para fines de pruebas de calidad con los legendarios ferrocarrileros y estudiantes cuya presentación en la mesa de la historia rinde aun dividendos, tantos años después.

El efecto de este platillo es su capacidad de auto reproducción. Una vez hecho esto, decenas de correligionarios saldrán a las calles dispuestos a seguir los pasos de nuevo “preso político”. Pedirán su libertad en un coro de interminables manifestaciones, cuyas demandas iniciales se verán aumentadas por la nueva exigencia y satanizarán a quien haya encendido los hornos de esa horrible cocina llamada “La represión”.

Sin embargo usted no haga caso. El plato descrito en esta receta solo se puede consumir en la prisión, fuera de ella no sirve de nada.

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