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Prisión, domicilio, arraigo, proceso



Nadie sabe cómo se llega a esa conclusión cuando en el arraigo se carece de documentos migratorios y la vigilancia sustituye a los barrotes de la cárcel.

La negativa del juez Juan Alejandro Caballero, para concederle a Elba Esther Gordillo la prisión domiciliaria por sencillas razones de edad y aduciendo riesgo de evasión, es una de las grandes pifias de la judicatura. Haya sido por consigna (lo cual debería probarse) o por mala interpretación o por simple error, el Poder Judicial se ha metido en una situación compleja.


No basta con la amenaza del abogado Marco Antonio del Toro de acudir a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos como ha anunciado. En las condiciones actuales no podría hacerlo sino hasta agotar todas las instancias nacionales de defensoría de derechos fundamentales.


Es decir, primero le caerá la papa caliente a la CNDH. Y en su caso, a la interamericana, después. Y si eso llega a suceder el fallo le será adverso a México, como siempre sucede con esa comisión internacional.


Pero el riesgo es simultáneo, además de la CIDH se intentará llevar el caso a la Suprema Corte de Justicia con lo cual todos quedarán, como decía aquel tango tan clarividente de Enrique Santos Discépolo, “en el mismo lodo, todos manoseaos.”


Obviamente el juez se basó para fallar (en ambos sentidos) en un supuesto imaginario: la señora pretende evadirse de la acción de la justicia. Nadie sabe cómo se llega a esa conclusión cuando en el arraigo se carece de documentos migratorios y la vigilancia sustituye a los barrotes de la cárcel. Elba es demasiado conocida como para irse (o regresar) sin ser detectada en cualquier aeropuerto. E imaginarla nadando por el Río Bravo es un poco descabellado.


Otra posibilidad es más sensata: el señor Juez Caballero es un patriota y no quiere arriesgar a este país (ni a su gobierno) a convertirse de nuevo en la carcajada mundial por la construcción de un nuevo túnel, no de 1.5 kilómetros de longitud, como el de Joaquín Guzmán Loera; el Licenciado Chapo, de todos conocido, sino por uno de 2 mil 800 kilómetros, pues tal es la distancia, en números redondos y gordos, entre México y San Diego.


Hace unos meses el emisario de un secretario de Estado de este gobierno, cuyo nombre me reservo, me dijo las intenciones de su jefe: mediar en el caso de Elba y el gobierno federal para lograr su excarcelación (o su retiro de la Torre Médica) de Tepepan, para llevar el proceso en el domicilio.


Expresé mis reservas y le dije al emisario: ¿quieren hacer una campaña de prensa previa; para eso me buscas?
—Sí, me dijo.
—Pues van a perder su tiempo y su dinero, le comenté. A Elba no la van a sacar por presión de la “opinión publicada” (la cual le es adversa hasta ahora) y no será en este gobierno cuando quede libre o en su casa. Este asunto tiene otros matices”.


El oficioso secretario no volvió a tocar el terma y si lo hizo no fue conmigo. La estrategia siguió adelante, Elba concedió entrevistas (siempre hay un micrófono a modo); se exhibió con su nueva imagen y no les sirvió absolutamente de nada. Sólo resolverá esta apelación si la presión de los Derechos Humanos llega desde Washington, como podría ocurrir.


Mientras tanto las violaciones a su debido proceso, la fragilidad de las acusaciones y la complejidad de este berenjenal donde conviven jueces y gobierno, sigue creciendo como una bola, no de nieve sino de algo más denso y mefítico.


Hoy los asuntos educativos, por cuyo imaginario sabotaje a la reforma siguen su marcha. El sindicato se ha mostrado dócil y sumiso en lo político y resignado en lo gremial. Juan Díaz de la Torre cosecha la siembra y los conflictos mayores y menores no tuvieron como partera –ni como madre de los engendros— a la señora Gordillo.
Andrés Manuel López Obrador prepara la conquista de Oaxaca con los adherentes de la Coordinadora y el pleito se ha tornado en algo de distinta materia.


La maquinaria de la justicia (o el mundo de los abogados, las apelaciones, los recursos y demás) no se detendrá. Se han comprado un nuevo dolor de cabeza.
¡Ah!; pero eso sí, el juez impidió la construcción del túnel más largo del mundo y Elba no se escapará por ahí. ¡Aleluya!

 

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