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La idea de Europa



Cuando terminé de escribir estas ideas, que presentaré a continuación, me di cuenta, que debido a la situación complicada que sucede ahora en Europa, lo expresado aquí podría ayudarnos a comprender algo. Dejo esta breve y, en muchos sentidos, carente reflexión a su consideración.


En su conferencia “La idea de Europa” impartida en 2004 en el Nexus Instituut, George Steiner, preocupado por el destino de la bella y seductora Europa, nos invita a una profunda, aunque breve, reflexión sobre ¿qué significa Europa? En su iniciativa, Steiner no hace más que unirse a un Stefan Zweig o a un Mauricio Wiesenthal, quienes compusieron, mediante la música de las palabras, los himnos más hermosos dedicados a la bella Europa, hermana de Tracia, como decía Herodoto, de la cual se enamora perdidamente Zeus. Ni Zeus mismo pudo resistir a su belleza… De allí todo es historia.


Preocupándose por el futuro de la misma, Steiner nos quiere recordar la peculiaridad de Europa, su tradición y su destino. Aunque su conferencia fue impartida hace más de 10 años, es sumamente actual. En los últimos meses el destino de Europa está otra vez en juego. Dado todos los acontecimientos (que no hace falta mencionar aquí), al leer las palabras de Steiner uno no puede quedar indiferente. Son palabras que invitan, palabras que cuestionan.


Steiner parte su discurso recordándonos que la raíz de Europa está entre Atenas y Jerusalén, reiterando el conocido escrito de Lev Shestov, con el mismo nombre. Para Steiner, la idea de Europa se encuentra en los cafés, en los recuerdos, en su diversidad, en la cálida hospitalidad, en el trabajo de los artesanos, en el camino y los peregrinos, en sus calles con nombres de poetas, en su ‘logos’ y, más que nada, en su fe. Europa es la tierra de sentido, la morada de las grandes ideas humanas. Es verdad que la misma Europa ha sido el campo de batalla y de la aniquilación radical, y perdió su sentido cuando mató a sus judíos o a sus gitanos, cuando aniquiló lo diferente, cuando olvidó que su creación y su cultura vienen del diálogo con la diferencia y, desde mi punto de vista,  Europa se vuelve la tierra de la barbarie cada vez que olvida que su raíz está en éste diálogo. A pesar de esto, hay algo en esta bella cultura que, como el mismo Rob Riemen afirma, Thomas Mann había heredado de Goethe y éste último del humanista Ulrich von Hutten, y ésta herencia es la que nos recuerda de que hay lugar para la redención, hay posibilidad para recobrar el sentido, hay lugar para retomar el diálogo y hacer de la diferencia un ámbito de hospitalidad.


A Europa no la salvarán sus políticas o el dinero, pero sí el diálogo, los cafés, la literatura, las grandes ideas que desde los griegos ha heredado; la salvará la enseñanza de Sócrates, la cual dicta que una vida que no es examinada no vale la pena ser vivida. Con razón afirma Steiner que “ser europeo es tratar de negociar, moralmente, intelectualmente y existencialmente los ideales y aseveraciones rivales, la praxis de la ciudad de Sócrates y de Isaías”. La Europa que amamos y siempre guardamos en la memoria es esta Europa que invita, donde el huésped se siente en casa; es la Europa de las moradas.


Bien afirma Steiner, y comparto su idea, “es verdad que otras culturas o comunidades han hecho algunos descubrimientos científicos o intelectuales, pero sólo en la antigua Grecia se desarrolla el cultivo de la teoría, del pensamiento especulativo desinteresado a la luz de unas posibilidades infinitas. Además, continúa Steiner, sólo en la Grecia clásica y en su legado europeo se aplica lo teórico y lo práctico en forma de crítica universal”. Esto nadie lo puede negar, ni los más desesperados intentos de menospreciar lo que el “logos” representa para toda nuestra cultura y civilización occidental.


Después de leer la reflexión de Steiner uno siente la responsabilidad de dar continuidad a sus palabras, de no dejarlas encerradas entre las portadas de un libro; uno tiene la responsabilidad de invitar a recordar el sentido de la bella Europa.


Hoy Europa vive el peligro de olvidar que nació, como afirma el mismo Steiner, recordando las palabras de Edmund Husserl, “del espíritu de la razón y del espíritu de la filosofía”. Se entiende… está cansada… Pero es urgente que recobre las fuerzas de su espíritu. ¿Dónde buscar el equilibrio, dónde encontrar la fuerza? Steiner duda del poder del cristianismo, y a una vista crítica, desde su punto de vista el cristianismo es una fuerza decadente. Esta idea, aún no compartida por muchos, nos debería preocupar. La afirmación de Steiner no es al azar, su reflexión recuerda la triste experiencia cuando los mismos cristianos crearon los campos de concentración y nadie le puede borrar este recuerdo.


Steiner no nos consuela, a pesar de todo hay una amenaza que sufre Europa que se refleja en el fundamentalismo criminal o en el racismo. Es difícil pensar en la solución ante una política insatisfactoria que propone la Unión Europea, un proyecto que empezó a mostrar sus fallas. En un reciente diálogo reflejado en la mesa redonda de Nexus Instituut, llamada “¿Morirás por Europa?” se desprende la idea de que una Unión Europea es necesaria desde un punto de vista político, pero esto no es el espíritu europeo como tal. Ahora sí que como bien afirmaba Wiesenthal, el espíritu de Europa se ve reflejado en lo que tiene cada “esquina”, cada “callejón”, es decir en la cultura peculiar de cada país de Europa, en su idioma, en su música, su diálogo, su casa abierta para el extraño, para el mendigo… Toda la literatura europea está llena de ejemplos en este sentido. Por lo que,  en esta peculiaridad de cada lugar, se reflejan los valores espirituales comunes. La verdadera Europa no es la identidad política como pensaríamos de inmediato, pero sí la identidad espiritual reflejada en los valores espirituales mediante los cuales sobrevivió durante siglos. Otra vez, a la pregunta actual “¿Morirás por Europa?”, Mauricio Wiesenthal, en la voz de un personaje de su ejemplar novela “La luz de vísperas”, dice: “La vieja Europa donde yo nací, era un imperio muerto, un mundo arcaico y soberbio de injusticias, de diferencias de odio. Pero merecía la pena luchar por ella. Nuestros artesanos conservaban la fe en la obra bien hecha. Creíamos todavía en el trabajo paciente realizado con un ideal. Desde Grecia hasta el Renacimiento, los europeos fuimos un pueblo de fe. Creíamos que el saber conduce a la libertad, que indagar científicamente es mejor que pensar con intolerancia y fanatismo, y que sin fe en la verdad y en la belleza no se construye una cultura. Y, sobre todo, nuca nos preguntamos si nuestros ideales humanistas eran utilitarios, rentables, comerciales ni prácticos”.


Por eso, considero que la fuerza de Europa hoy no está en los discursos políticos, tampoco en “estrategias monetarias”, está en su propia herencia que es la cultura, está en la fe. Europa es por definición un continente de la fe.


Igual que para Steiner, Montaigne, Voltaire, Erasmo o Kant, podían una vez más ofrecernos ayuda y orientación. Es una obligación moral, recordar que Europa es morada, no desierto desolador. Dice Steiner: “Cinco axiomas para definir Europa: el café, el paisaje a escala humana y transitable, estas calles y plazas que llevan los nombres de los científicos, artistas, escritores del pasado, nuestra doble ascendencia en Atenas y Jerusalén y por último, esa aprensión de un capítulo final, de ese famoso crepúsculo hegeliano, que ensombreció la idea y la sustancia de Europa incluso en sus horas de mediodía. Y ahora ¿qué?”.


Deberíamos todos intentar responder a esta pregunta. Ahora ¿qué? ¿Qué hacer ante el miedo de que llegará la hora 25?…. El reloj se sigue moviendo… Sólo el eterno retorno del humanismo hará que este reloj no avance con tanta prisa hacia la hora 25, la hora de la deshumanización, de la matanza de la cultura, del hombre máquina, del totalitarismo, como bien la describía Constantin Virgil Gheorghiu, en su novela “La hora 25”, cuando dice: “no es la última hora, sino una hora después. El momento en que toda tentativa de salvación se hace inútil”.


Y ahora  ¿qué? …. Una mirada atenta nos preocupa: odios étnicos, chovinismo, corrupción, uniformización cultural. Sí, ésta también es Europa, pero hay algo más, hay algo de fondo que la ayudará. Europa es la tierra de los caballeros que luchaban con fe, es la tierra de los santos, es la tierra donde en medio de la ruina nació el amor; y , a pesar de todo, Europa tiene una bella nobleza que se la ha ganado con tanto esfuerzo. Ulrich von Hutten escribía a su amigo Willibald Pirckheimer: “la nobleza por nacimiento es puramente accidental y, por lo tanto, carece de sentido para mí. Yo busco el manantial de la nobleza en otro lugar y bebo de esas fuentes”.


Cuando Stefan Zweig escribía su “Legado de Europa”, se proponía reconstruir la fragmentación de la misma, recordando lo que ella, la bella Europa, tiene más valioso: su nobleza de espíritu. La Europa de Zweig es la Europa de Montaigne, de Hoffmann, de Gustav Mahler, de Rilke, de Schiller o de Lord Byron, de Voltaire y de Goethe…. Sólo mediante ellos, estaba convencido Zweig, puede sobrevivir el ser humano en una época de inhumanidad, puede ser libre en medio de la locura colectiva. Para Zweig el único modo de sobrevivir y hacer que la Europa siga viva, era mediante la búsqueda de los maestros para “reforzar lo que hay de humano en nosotros”. No extraña que al amar tanto su Europa, Zweig se suicide junto con su esposa, al no soportar la idea de que la patria de Goethe, la Europa que soñaba Romain Rolland, ese reino de la fraternidad de la cual hablaba Schiller, se hizo pedazos en manos de los criminales. 


Zweig no pudo aguantar. Se preguntaba: ¿cómo mantener la humanidad del corazón en medio de la bestialidad?


A esta pregunta me ayuda a responder otra vez Mauricio Wiesenthal. Es él quien nos invita a partir en un largo viaje… porque como dice, todos los caminos, cuando se anda con libertad y con valentía, son vías de iniciación. Europa no morirá mientras haya viajeros, pero viajeros auténticos que con cada paso buscan recobrar el sentido, reconstruir lo roto y fragmentado. Dice Wiesenthal que niega ver en Europa un “suburbio estadounidense”, un espacio de “vidas triunfantes” y de los “nuevos ricos”. “Mi Europa, dice él, es justamente la contraria, tan pequeña que hubo un tiempo que la recorríamos a pie, tan vieja que es consciente de que el crepúsculo embellece las cosas, tan mágica que siente un profundo respeto por la pobreza. Es lo que nos enseñaron Diógenes y Jesús, los griegos y los judíos que crearon nuestras cultura”.


….De Atenas a Jerusalén… Este es el camino que debemos recorrer una y otra vez, como un eterno retorno a la tradición, a la raíz. No es fácil ante la tentación del progreso, no tanto espiritual sino material, económico, político…. Pero desde un punto de vista humano, la historia ha demostrado que sin una mirada hacia el pasado, sin una capacidad de reflexionar hacia atrás para poder vivir hacia delante; en otras palabras, sin el sentido de la tradición y la cultura,  es difícil tener futuro. Europa debe recuperar a sus maestros, amarlos y respetarlos, debe recuperar a sus artesanos, su cultura y su fe.


Ser europeo, no significa nada más tener un pasaporte que dice: Unión Europea pues, ¿qué pasa con los países y la cultura de los países que no han tenido el “privilegio” de ser incluidos en la UE? ¿No existen? ¿No importan? Ser europeo significa tener la responsabilidad de amar la cultura y tener fe en los valores espirituales, con el deber moral de actuar en función de estos valores. Así es como se imaginaba Romain Rolland, el escritor y gran amigo de Stefan Zweig, la unión espiritual de Europa, un lugar que se puede re-crear en medio de la ruina, una morada para el peregrino, para el extranjero.


Sin amar sus “ruinas”, es decir la tradición y la cultura, Europa no tendrá futuro. Por eso su destino es la memoria: debe regresar, debe recobrar la memoria de su alma, allá donde están almacenados desde Homero, a Sócrates, desde Shakespeare a Balzac, desde Platón a Kant, desde Goethe a Tolstoi, desde Thomas Mann, a Mauricio Wiesenthal, desde Kierkegaard a Nietzsche, desde Montaigne a Dostoievski. Reiterando a Stefan Zweig, con estos maestros puedo partir al camino, ya que “ni se debe ser demasiado joven, ni carecer de experiencias y desengaños para poder valorar debidamente que  toda esta herencia aportará a una y otra generación que como más o menos la nuestra, se ha visto lanzada por el destino a una sacudida universal tan violenta como la catarata. Sólo quien en su propia alma agitada haya vivido una época donde, por la guerra, la violencia y las ideologías tiránicas, haya visto amenazada su vida y, dentro de esta vida, la sustancia más preciosa que es la libertad individual, sólo alguien así sabe todo el coraje, toda la honradez y decisión que requerirá para permanecer fiel a su yo más íntimo en tales tiempos de estolidez de rebaño. Sólo una persona así sabe que nada en la tierra es más difícil y problemático que mantener incontaminada la propia independencia espiritual y moral en medio de una catástrofe masiva”.


Entiendo de todos ellos que Europa sobrevivirá mientras luche por mantener viva su cultura, que es en el fondo su memoria, ya que como advierte con razón Rob Riemen “una sociedad que ignore el ennoblecimiento del espíritu, una sociedad que no cultive las grandes ideas humanas, acabará, una vez más, en violencia y en autodestrucción”.


Al final sólo las palabras del personaje Gustav Mayer de la novela “La luz de vísperas”: “Y al pensar en nuestra Europa en ruinas (aquí añadiría, espiritual), busqué el icono en mi bolsillo, lo besé y sentí mía la vergüenza…”.


Fuentes:
George Steiner, La idea de Europa, España: Siruela, 2012.
Rob Riemen, La nobleza del espíritu, México: Equilibrista, 2008.
Stefan Zweig, El legado de Europa, Barcelona: Acantilado, 2010.
Mauricio Wiesenthal, El esnobismo de las golondrinas, España: Edhasa, 2007.
Mauricio Wiesenthal, Lus de Vísperas, España: Edhasa, 2008.
C. Virgil Gheorghiu, La hora 25, España: El buey mudo, 2010.