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Comunidad y escritura: Johanna Schopenhauer



Conocida en general como la “madre” del filósofo Arthur Schopenhauer, Johanna Schopenhauer ha pasado a la historia con una imagen poco favorable, ya que el mismo Arthur, por razones personales, se encargó de este asunto. Nos proponemos hacer una breve reconstrucción de su vida, ya que desafortunadamente, aunque famosa en su tiempo, de Johanna Schopenhauer poco se sabe hoy en día.

A pesar de la ausencia en el escenario de la literatura escrita por mujeres, Johanna Schopenhauer, denominada por Thomas Mann como la “literata de los tiempos de Goethe” fue una de las mujeres más importantes de su época, comprable con Dorothea Veit, Sophie Laroche o Caroline Schlegel, contribuyendo a la difusión y el desarrollo de la cultura en su momento, tomando en cuenta la fama de la cual gozo  en Alemania durante los años 1820-1830. Hoy, pocos saben que su obra abarca desde la biografía, relatos, cuatro novelas, reseñas y artículos, un diario y correspondencia.

Desafortunadamente, el conflicto con su hijo Arthur, que tenía una personalidad complicada e irascible, en especial después de la muerte de su esposo, hizo que Johanna Schopenhauer apareciera siempre, ante los ojos de los lectores de Arthur Schopenhauer, como una madre desgraciada que ignoró a su hijo; pero los hecho no fueron así.
Johanna Henriette Trosiener nace en Dánzing en una buena familia, en la cual su padre se encargó que su hija mayor recibiera, no sólo la educación clásica, representada en aquel entonces por las bellas letras, música, inglés, pero también fue instruida en astronomía y geografía, cosa poco común para el momento; también estudió a Voltaire y autores clásicos de la antigüedad, en especial Homero; enamorándose de la literatura y de la escritura de Shakespeare, en particular, desde una edad temprana (Moreno, pp. 12-13). También fue instruida en  la “Sociedad de las jóvenes damas” donde aprendió cómo comportarse en la sociedad. A su preparación se añade la experiencia de viajar por toda Europa y tomar contacto con culturas variadas.

Como era la costumbre, se casa muy joven, más por la convicción de su padre que la suya propia, con un hombre mucho más grande que era un famoso comerciante. Los separaban veinte años. El matrimonio abrió a Johanna varias perspectivas, ya que su esposo, la llevó consigo en muchos viajes, cosa que hizo que aprendiera tanto otros idiomas como sobre otras culturas. Rüdiger Safranski, cita un apartado del diario de Johanna: “¡Yo iba a viajar, viajar! ¡Ver Iglaterra!...Temblé de alegría, creí soñar cuando mi marido me abrió la perspectiva cercana de esta dicha insospechada”. (Safranski, p. 18).

A pesar de esta “alegría”, con el tiempo la la vida de Johanna junto a su esposo no fue muy agradable; “sus memorias dejan translucir el drama de su matrimonio”, como afirma el mismo Safranki, ya que como su esposo sufría, al parecer de una depresión, que al final le causó la muerte. Algo de este malestar de Heinrich Floris Schopenhauer va a heredar su hijo Arthur.

Conforme los costumbres de la época, Johanna debería, en calidad de esposa, “hacerle agradable la existencia de su esposo” (Moreno, p. 14). Su vida no se limitaba solo al circulo hogareño, sino que los esposos Schopenahuer frecuentaban con periodicidad los círculos de la época teniendo una vida social bastante activa, en especial cuando vivían en Hamburgo. En todas las reuniones sociales en las cuales participaba la pareja Schopenhauer, Johanna tenía un “magnetismo social” peculiar, cosa que muchas veces provocaba los celos de su marido, pero esto no le impedía a seguir su objetivo y soñar que un día converitiria su casa en uno de estos salones famosos de la vida social. En parte logró este objetivo, ya que su casa de Hamburgo fue visitada por mucha gente y Johanna rodeada por varios hombres famosos entre los cuales estaban Klopstoc, el barón Staël, el esposo de la Madame de Staël, el pintor Tischbein amigo de Goethe, etc. Esto no fue muy del agrado de su esposo si tomamos en consideración que años más tarde, Johanna, apuntará en sus memorias: “cuando me veía rodeada de gente alegre de mi misma edad yo me daba cuanta de que este recuerdo le producía dolor”. (Safranski, p. 25).

Aún así, Johanna nunca le provocó con voluntad un sufrimiento a su esposo, al contrario, trató de obedecerle para no enojarlo; cuando estaba viajando su esposo, trataba de no visitar a nadie en la ausencia de éste. Sin entrar en más detalles sobre el matrimonio con Heinrich, entendemos que la vida junto a él no fue muy agradable para Johanna, porque entre ellos no existía el amor. Ni siquiera el nacimiento de sus dos hijos, Arturo y su hermana Adele, lograron brindarle la alegría en su hogar, ya que Johanna, atrapada en un matrimonio de conveniencia, “añoraba una vida activa y alejada de allí. Se sentía reducida y encadenada a un niño y tenía la sensación de estar renunciando a la vida”. (Safranski, p. 29). Esta vivencia de Johanna la va a sufrir más tarde el filósofo Arthur Schopenhauer al entender que en el fondo su llegada al mundo provocó a su madre, alegría, pero también un tipo de sufrimiento. Pero su venganza fue tajante ya que heredo de su padre, no sólo el orgullo, sino también una arrogancia hiriente que llevará a un conflicto que produjo la separación definitiva entre madre e hijo.

Al enviudar, cuando todavía era muy joven, ya que su esposo debido a la enfermedad parece haberse suicidado, Johanna vende el negocio de su esposo, apoya a su hijo en la decisión de estudiar y en mayo de 1806, se mueve en “la ciudad de las musas”, como es llamada entonces Weimar. La elección de Weimar, como ciudad para mover su residencia no fue una casualidad porque en esta ciudad se encontraban “las cabezas ilustres de la cultura” (Safranski, p. 85) y Johanna estaba decidida a conquistar este mundo entregado por aquel entonces a las seducciones del romanticismo. Podemos decir que Weimar fue, por un momento la cuna del romanticismo que abrigará a Herder, Schiller o a Goethe, entre muchos otros.
 
Es aquí, en Weimar, donde Johanna cumple su sueño y su casa se transforma en uno de los salones más famosos, que podía rivalizar con el de Henriette Hertz o con el de Rahel Lévin, ambos en Berlin (Moreno, p. 24). Como Rüdiger Safranski describe, “los dos niveles de cultura estaban allí representados con más brillantez que nunca antes en lugar alguno de Alemania (…) en esta ciudad poética”. (Safranski, pp. 104-105). Cuando la ciudad fue atacada por los francés en 1806, Johanna decidió quedarse, transformando su casa en un lugar de ayuda para la gente; gesto que refleja su generosidad y solidaridad con las personas y que llamará mucho la atención de Goethe.

Lo que hacía de Weimar una ciudad poética, son los salones donde se discutían problemas culturales, sociales o políticos del momento; también se desarrollaban ideas sobre la amistad y sobre la diferencia entre hombre y mujer. Se da lugar así a una nueva mentalidad y a la necesidad de una nueva educación, la necesidad de formar la personalidad, de alcanzar la nobleza del espíritu, llamada Bildung y cuyos promotores fueron Goethe y Schiller.

Pero lo interesante es que fueron precisamente estos salones la ocasión para la idea de Bildung. En una carta hacia su hijo Arthur, Johanna describe la forma en cual se convivía en su salón: “El círculo que se reuné en torno a mí los domingos y los jueves no tiene paragón en Alemania ni en ninguna otra parte (…). Tomamos té, charlamos…Nuevas publicaciones, dibujos, composiciones musicales, todo se trae a mi casa; aquí se comenta, se pondera, se ríe, se elogia, según parezca; cualquiera que tenga algo nuevo lo trae cosigo. La Bardua dibuja la caricatura de alguien, Goethe se sienta ante su mesita, pinta y habla. La gente joven interpreta música en la habitación de al lado, quien no tiene ganas no la escucha; así llegan las nueve y todos se separan con la intención de volver la proxima vez. Esto sí es vida ¿verdad?”. (Cfr. Moreno, p. 25).

Al parecer, para el año 1810 el salón de Johanna se volvió tan famoso que “aparecia en las guías de viajes como las curiosidades más sobresalientes de Weimar”, de tal manera que la mayoría de los que visitaban esta ciudad tenían la curiosidad de llegar a la casa de Johanna. De tal manera que, en el curso de los años, pasaron por su casa los “famosos” de la época:  los hermanos Schlegel, los hermanos Humboldt, Tieck, el músico Felix Mendelssohn y muchos otros, pero la figura central era Goethe. Johanna siempre quiso invitar e incluir a su hijo en este circulo, pero éste oponía resistencia.

El esfuerzo de Johanna para apoyar a su hijo, recibiendo el rechazo de éste, la llevó a la desesperación. Aunque manifiesta su interés por autonomí y libertad, Arthur espera que la madre lo siga apoyando. Pero al colmo de su desesperación, en 1807, Johanna escribe una carta a su hijo que citaremos aquí: “Me parece que lo mejor es decirte sin rodeos lo que deseo, con toda franqueza, para que nos entendamos mutuamente. Que te quiero en verdad es algo que tú no dudas: te lo he demostrado y te lo demostraré mientras viva. Saber que eres feliz es algo necesario para mi felicidad, pero no lo es el ser testigo de ello. Siempre te he dicho que resultaría muy difícil vivir contigo, no voy a ocultártelo y, mientras seas como eres, haría cualquier sacrificio antes de decidirme a eso. No desconozco tu bondad, ni tiene nada que ver con tu interior lo que me retrae de ti, sino con tu ser exterior, tus puntos de vista, tus juicios, tus costumbres; brevemente no puedo estar de acuerdo contigo en nada de lo que tiene que ver con el mundo exterior. También tu mal temple me perturba y corroe mi buen humor sin que ello te sirva de ayuda. Mira, querido Arthur, has estado de visita conmigo sólo algunos días y cada vez hubo escenas violentas, por nada y siempre por nada, y cada vez respiré a mis anchas cuando te fuiste porque me pesaba tu presencia, tus quejas, tus malas caras, tus extraños juicios, que emites como si fueran oráculos sin que se les pueda objetar nada. (…) Vivo ahora tranquila y, desde hace mucho tiempo, no he tenido ningún momento desagradable que no tuviera que agradecértelo a ti; estoy serena conmigo misma, nadie me contradice y no me contradigo con nadie. Esta es mi auténtica existencia, y así tiene que seguir siéndolo, si es que aprecias la paz y la felicidad de los años que me resten todavía” (Safranski, p. 135). Entendemos que Johanna, decepcionada del comportamiento de su hijo, buscaba y añoraba la tranquilidad.

Esta tranquilidad la encontrará de una manera también en la amistad con Goethe. El encuentro entre ambos se dio en en el otoño de 1806, después de que Weimar paso por la tormenta de la guerra. La misma Johanna apunta en su diario: “me anunciaron a un desconocido; entré en la antesala y vi a un hombre serio y hermoso, vestido de negro, el cual se inclino con mucho donaire y me dijo: permítame que le presente al consejero privado: Göthe (Goethe)” (Cfr. Safranski, p 117).
Si al inicio Goethe fue reservado y sospechoso en relación con la recién llegada a Weimar, después de aquel año difícil de guerra, Goethe empieza a admirar a Johanna y entre ellos nace una bella amistad. La amplia cultura de esta mujer, atrae el interés de Goethe ya que casi nunca se podía ignorar la presencia de una mujer culta e interesante.

Es más, cuando el poeta se casa con su amante Christiane Vuplius, no muy amada en el circulo de la nobleza de aquella ciudad, y vista con mucha arrogancia por la nobleza ya que provenía de  otra clase social, Johanna fue la única mujer de la sociedad de Weimar que la recibió en su casa con mucha alegría y sin ningún prejuicio. Desde entonces, Goethe le fue siempre agradecido y entre ellos se tejió una hermosa amistad. Safranski describe el hecho de que Johanna tenía en su casa, una mesa con ustensilios para pintar y, de vez en cuando, Goethe se sentaba allí y dibujaba o pintaba, a veces jugaba con la niña pequeña, la hermana de Arthur, Adele. Goethe, a pesar de su personalidad taciturna, era de agrado de todos, inclusive de Arthur que “no faltaba de la casa de su madre cuando aquél se había hecho anunciar”. (Safranski, p. 141).

Es con la ayuda de su gran amigo Goethe, que Johanna logra desarrollar su talento literario, y obligada más por circunstancias para poder mantenerse, empieza su carrera de escritora a la edad de cincuenta años. Pero, como nos dice Luis Fernando Moreno, “fue la primera autora que adoptó la escritura como profesión, y la primera en aceptar publicar sin usar seudónimos, siguiendo la corriente literaria llamada literatura para mujeres, cuyas otras representantes en aquel momento eran Madame de Stäel y Sophie von LaRoche” (Moreno, pp. 37-38).

Aunque sus novelas no eran tan apreciadas por algunos contemporáneos, bastaba que Goethe las elogiara. Como algunas otras contemporáneas suyas, Johanna entregó su talento a la escritura de novelas. Como afirma R. Safranski, las novelas tienen muchos personajes femeninos que han amado apasionadamente pero infelizmente en su juventud y que, habiendo encerrado en su corazón al amante desapercibido, contraen después, impelidas por la razón o por el cálculo, otro matrimonio en el que los hombres por regla general, no hacen un buen papel. Esas mujeres conservan fielmente la imagen sagrada de su primer amor al no conceder ningún hijo a los indignos beneficiarios del principio de la realidad y cuando lo hacen, el niño es la encarnación de una ruptura conyugal imaginaria. (Safranski, p. 26). El nacimiento de un hijo (a) para estas mujeres no lograba aniquilar el dolor de haberse entregado a un matrimonio por razones ajenas a los que sus corazones sentían. Por lo cual, como también en el caso de Johanna, se empiezan a sentir atrapadas en una vida que no les pertenece, esto determinando una “descomposición profunda” de su vida interior equivalente a un tipo de agonía.

Igual en el caso de Johanna, en la primera parte de su vida, el hijo representaba “la renuncia a vivir” o lo que la mayoría de estas mujeres quería, era vivir sus propias vidas y no estar sujetas a unas costumbres absurdas o condenadas a matrimonios de conveniencias. Aunque desde una perspectiva se le podía reprochar a Johanna este tipo de actitud ante su hijo, también entendemos la razón por la que quería vivir su vida, ya que su realidad era una vida elegida por otros (su padre y su esposo). Aún durante su matrimonio vivió convencida de cuidar a su marido y obedecer; cuando enviudase, Johanna siente esta necesidad de ser sí misma. Por eso elige donde vivir y como vivir.
En calidad de escritora, Johanna trató de dedicar sus novelas a la mujeres. Inspirada, como varias de sus contemporáneas por el escrito Emilio de Rousseau, en sus escritos, abundan los personajes femeninos, sus vivencias y sus dramas secretos, que aunque aman apasionadamente no caen, como afirma Luis Fernando Moreno, “en comportamientos inmorales”. (Moreno, p. 39). Aun así, los personajes femeninos de estas novelas siempre acaban en un tipo de sacrificio de sí mismas y de sus propias vidas. Esto nos hace pensar en la posibilidad de que la misma Johanna se sintió, en el fondo, sacrificada en su propia vida. Por la experiencia vivida, en las novelas de Johanna siempre se refleja la idea de la incompatibilidad entre el matrimonio y la felicidad que brinda el verdadero amor (Moreno, p. 40). Y es mediante la escritura y la fantasía que reconstruye el significado del amor aunque al final, éste siempre queda sacrificado. Entre sus novelas más famosos serán Gabriele, La nieve, La tía, Sidonia, Richard Wood, así como también podemos incluir su autobiografía llamada Verdad sin poesía.

Aunque escribió una autobiografía, sus novelas incluyen algo de sus propias vivencias, insertada con sutileza en la voz o en la descripción de algún personaje femenino. Así parece verse algo de Johanna en uno de los personajes femeninos, Cölestine, de la novela La nieve –a lo mejor, la única traducida en español: “Era al menos diez o doce años más joven que su esposo, envejecido de manera prematura. (…) Que de cuando en cuando a la condesa Cölestine le gustase rondar por los círculos más luminosos del gran mundo, de los que ella era el más bello adorno, no necesita ninguna mención especial”. (Schopenhauer J., pp. 50-51). La novela, escrita con talento y con una belleza poética presenta en el fondo, la historia de un amor imposible y trágico entre Viktor y Marie, pero también la reconciliación del matrimonio entre Cölestine y su esposo, el conde Strahlenfels, mediante la pequeña Lili, la hija bastarda de Viktor, el hermano de Cölestine.

Luis Fernando Moreno, ve en el personaje Viktor un reflejo de Werther, que vive en un mundo extraño a sí mismo, “soñador y sensible, mientras que Cölestine es la mujer sacrificada, la esposa atenta y compasiva que se entrega al esposo por un sentimiento de deber, antes que por un sentimiento de amor” (Moreno, p. 189); Marie representa la joven mujer entregada al sentimiento y capaz de seguir a su amado hasta la muerte y el viejo Hubert, el personaje que cuenta la historia trágica de amor entre Viktor y Marie, refleja a lo mejor algo de Goethe, un hombre enamorado por la pintura, por la amistad; es el viejo artista que entrega su vida al servicio del arte, un asceta y un libertino a la vez.

No es el caso aquí de hacer un análisis de la novela, sólo queríamos enfatizar que Johanna logra describir, en sus novelas, con fina pluma y apasionada imaginación, las vivencias internas de sus personajes, sus sueños, sus tragedias, sus amores y sus recuerdos. Este talento de dar vida a sus propias vivencias internas no pasó desapercibido, ya que Goethe fue uno de los que más apoyaron a Johanna en seguir su sueño y su talento. Mencioné antes que no todos los contemporáneos de Johanna fueron encantados con el atrevimiento de esta mujer.  
Johanna refleja para mí la valentía de una mujer quien a pesar de que las costumbres sociales trataron de arrodillar, se levantó con toda la fuerza, luchó contra todo aquello que se oponía a la realización de su sueño, de tal manera que ni la muerte de su esposo, ni la guerra, ni la época de pobreza y ni siquiera el capricho de su hijo y la ruptura total con este la doblegaron.

Hacía el final de su vida, rodeada de su hija Adele, lo único que desea Johanna es la tranquilidad. Afirma en este sentido: “llevar una vida apacible y tranquila, rodeada de pocos y buenos amigos y disfrutar de la hermosura de la naturaleza, eso es cuanto ahora deseo en el mundo” (Moreno, p. 44). Sin embargo las faltas económicas la hicieron moverse de un lugar a otro hasta llegar  a Jena donde se le ofreció una pensión vitalicia. Estando más tranquila, en el año 1838, Johanna se preparaba iniciar la redacción de sus memorias, pero en el mes de abril sufre un colapso nervioso que le trae la muerte. Desafortunadamente el tiempo no fue tan agradable con ella. En la historia Johanna Schopenahuer pasa como la madre desgraciada y caprichosa de Arthur Schopenhauer. Mientras que mucho tiempo, y para la desesperación de éste último, fue conocido como el hijo de Johanna Schopenhauer.

Bibliografía:

Schopenhauer Johanna, La nieve, España: Ed. Periférica, 2007.
Luis F. Moreno Claros, “Introducción”, a Johanna Schopenhauer, La nieve, España: Ed. Periférica, 2007.
Safranski R., Schopenahuer y los años salvajes de la filosofía, Madrid: Alianza Ed., 1991.