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Una pedagogía del silencio



¿Cómo educar con el silencio y en silencio? Hace poco tiempo, llegando a la clase e impactada por el ruido que mis alumnos hacían y por la indiferencia con la que se relacionaban con su entorno, me paso por la mente la idea de un ejercicio. Me senté en la cátedra, empecé mirar a mis alumnos sin decir nada. De repente, algo sucedió. Los alumnos se quedaron impactados por mi actitud silenciosa. Se sentaron, con gestos tímidos, y me miraron con curiosidad, esperando escuchar alguna palabra. Pero ninguna palabra llegaba. El silencio empezó a envolvernos … sus miradas estaban asustadas. Algunos se movían nerviosos; otros miraban asustados…Y yo, con toda tranquilidad, disfrutaba del silencio. Así pasamos más de media hora; estándo juntos en silencio. De repente, el silencio fue abruptamente interrumpido por una pregunta: “¿Maestra, cuál es el chiste?”.

Para mis alumnos, si no había “chiste”, no había sentido. Me dí cuenta que al perder la capacidad de estar en silencio, el hombre pierde la relación con su interioridad, por esto el mismo silencio incomoda. Desafortunadamente hemos perdido este silencio; no hay mejor maestro que él.

Hoy en día, la pedagogía es igual de ruidosa que la misma sociedad. Métodos, tecnologías, ejercicios, competencias y actividades que ninguna refiere al silencio.

Y no hay nada más enriquecedor que el silencio; no hay nada más formador que este mismo. Lo que intento transmitir en estas páginas es la necesidad de educar con silencio; que la educación necesita retomar el silencio como fuente auténtica para vencer la despersonalización en que la hundió el positivismo. Para eso regreso a los sabios: desde Socrates a Kierkegaard y a Max Picard.

“El silencio…este es el nuevo método de la educación. No enseñar al niño nada que no se adecue a su constitución mental”(Max Picard). Recuerdo en este sentido lo que decía Kierkegaard: “Aprende el silencio y enseña el silencio”. Este casi “imperativo categórico” me lleva con el pensamiento hacia una pedagogía auténtica, una pedagogía que Kierkegaard proyecta desde la raíz. Él es el filósofo que de una manera indirecta nos habla de la “importancia de la educación para el devenir de la persona” (Javier Vilchis Peñalosa). La educación debe ser fuente de enriquecimiento y crecimiento del espíritu porque es la única que puede combatir la plaga de la superficialidad que cada día se extiende más.

En este sentido, Kierkegaard nos recuerda un poco a Sócrates, el gran maestro de la humanidad que nos enseñó buscar la verdad. Y Johannes Climacus, el autor de Migajas Filosóficas, nos dice que “desde la perspectiva socrática, cada hombre es para sí mismo el centro, y el mundo entero se centraliza en él, porque el conocimiento de sí mismo es conocimiento de Dios”. (Kierkegaard). Sócrates es el maestro par excelance porque en él se vincula esta conexión inexorable entre discurso y silencio: cuando habla, al mismo tiempo y de manera simultánea, sabe escuchar en silencio o crearlo a través de la ironía.

Sócrates sabe crear el espacio de silencio necesario para la búsqueda de la verdad. De esta manera, él se piensa a sí mismo como una mera ocasión. Sócrates, tenía la conciencia que en calidad de maestro uno no tiene la verdad para enseñar al discípulo; sino que este mismo descubre la verdad por sí mismo. Kierkegaard continúa diciendo que esta idea es una “extraña magnanimidad, rara en nuestra época, donde el pastor es algo más que el sacristán, en la que la mitad de los hombres se cree autoridad” (Kierkegaard). Con esta idea, Kierkegaard se apoya en la figura de Sócrates para subrayar la ignorancia y la superficialidad del mundo en el cual vive. Sócrates, este partero de almas, como él mismo se nombraba, sabe que educar es escuchar la voz interior del otro, saber dar espacio al otro.'

En el ámbito del silencio, Sócrates sabe cultivar esta relación de espíritu a espíritu, de hombre a hombre. El pregunta con el objetivo de liberar el espíritu y determinarlo a empezar la búsqueda de la verdad. La relación de Sócrates con el otro se da a través de la comunicación, una comunicación que en sí es un diálogo. Es un estar con el otro, un escuchar al otro y en esta escucha lo que se da es no sólo una comunicación auténtica, sino una comprensión de sí mismo y de la verdad. En el diálogo se da la búsqueda de la interioridad; por esto Kierkegaard nos recuerda a Sócrates.

Donde no hay búsqueda no hay interioridad, y donde no hay interioridad no hay reflexión. Sin reflexión la educación sólo es una mimesis ruidosa de una abstracción sin sentido. La educación degenera en despersonalización, en fragmentación allá donde no se fundamenta en la interioridad, en silencio. Este último es la clara evidencia de que el hombre no puede controlar todo, y que hay una verdad a la que sólo puede llegarse a través del silencio. En silencio, la existencia se desnuda y esta verdad se revela en toda su plenitud.

Sólo cuando la educación se da en el ámbito del silencio, sólo entonces se produce el auténtico acto de aprendizaje. Este tipo de educación nos conecta con nuestra interioridad y se hace cómplice de nuestra búsqueda. Es lo que Sócrates nos invitaba hacer. Porque, así como el silencio es el origen del lenguaje, la interioridad es el origen de la vinculación del lenguaje con nuestro espíritu.

La educación sirve al hombre como guía y aliado en la búsqueda del espíritu pues ¿para qué es necesaria la educación? ¿Para atinar el éxito? ¡No! La educación es educación de conciencia, de espíritu, es esta búsqueda incesante de verdad que nos ayuda a formarnos como seres humanos, como hombres con principios y carácter. La educación sirve para entender lo que somos y lo que es nuestra existencia.

La educación fundamentada en silencio no sólo ayuda a los alumnos a pensar de manera lógica o racional, sino ayuda a saber reflexionar, contemplar, buscar por ellos mismos y esto sólo se da a través del silencio que nos pone en contacto con el mundo del espíritu, del conocimiento, de Dios. De esta manera, la educación se convierte no en un acto abstracto, sino en creación; sin silencio la educación es fragmentación del espíritu en el hombre.

Aprender, educar y formar no son actos mecánicos, son actos creativos. Si reducimos estas actividades reducimos, de hecho, la capacidad de los estudiantes y, al mismo tiempo, sus horizontes de posibilidades para la búsqueda de verdad y para la creatividad. El resultado, al no educar con silencio, es una falta de reflexión y confusión, es un pensamiento mecánico. Picard dice en este sentido:

“Hoy en día, con la falta de silencio, el hombre no puede ser re-creado; él sólo puede desarrollarse. Es por ello que se ha dado mucho valor al “desarrollo” actualmente. Pero el “desarrollo” no toma el lugar del silencio”. (Max Picard)
   
El enseñar debe representar una alegría si pensamos en lo creativo que es este acto – creamos y nos creamos, al mismo tiempo. Esta creatividad nos aleja del mundo ruidoso y nos une con el silencio. La creatividad pertenece tanto al hombre que, al tenerla, éste debería sentirse el ser más privilegiado entre las criaturas.

Enseñar es, antes que todo, escuchar. Saber escuchar significa saber estar con el otro porque sólo cuando se escucha desde el silencio se da la comprensión; por eso el silencio es y debe ser una manera de estar con el otro, de convivir y de establecer con él una real y autentica comunión.

El escuchar se da en el diálogo auténtico de las ideas y así el maestro y el alumno aprenderán a escucharse uno al otro y crear así ámbitos de silencio. Enseñar o formar no es dominar al otro y reducirlo a un ser inferior capaz de asimilar una información vacía y sin sentido; tampoco significa dominar la realidad con el conocimiento. Enseñar y formar es saber crear espacios de silencio en el diálogo que se da, ofrecerle al otro su espacio, escuchar desde el silencio su interioridad.

Esta es la auténtica pedagogía, la que se fundamenta en silencio. En este sentido, Angelo Caranfa, en su artículo Silencio como fundamento del aprendizaje (Silence as Foundation of Learning), termina diciendo:

“Nuestro trabajo como maestros es compartir el proceso de aprendizaje o pensamiento creativo; cultivar la conciencia de que leer y escribir son formas para conocernos a nosotros mismos. (…) Es el silencio, del leer y escribir, el que compromete al estudiante en el proceso de auto-conocimiento. (…) A través de los actos de leer y escribir los estudiantes aprenden hablar las palabras correctas al momento correcto, por lo cual leer y escribir abren la mente en la búsqueda de la interioridad. Las palabras solas son incapaces de revelar esta interioridad, pero el silencio lo puede hacer”.  

…Entonces: “¿Cuál es el chiste?”

Nos debemos abrir y educar desde este “mundo de silencio” para adquirir conciencia de lo que somos. La falta de silencio no hace nada más sino revelar el drama que vive hoy en día el hombre contemporáneo. Max Picard subraya muy bien este drama y señala la atracción de este hombre al ruido. Por esto, la única salvación que ve Picard es crear estos espacios de silencio, el único que puede recuperar el sentido del autentico lenguaje e implícito de la autentica interioridad.

Catalina Elena Dobre

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