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Memoria del corazón: la universidad



La reciente conferencia de George Steiner sobre la universidad, impartida en el Nexus Instituut, provoca y preocupa a la vez. Steiner en pocas páginas logra, con precisión y finura de la palabra, poner las cartas sobre la mesa y provocar a diálogo sobre un tema no muy confortable: “la situación de la Universitas”.

La provocación de Steiner no sorprende ya que, lo que hoy llamamos universidad representa una inquietud real para todo aquel preocupado por el futuro de la formación y de la cultura. Steiner hace de esta inquietud un problema y nos deja la tarea de pensar.

No es el único, si tomamos en consideración que reflexiones sobre el “alma mater” se han hecho desde Newman, Humboldt, Karl Jaspers, Alasdair MacIntyre, por mencionar algunos, aunque la lista podría ser larga, ya que cada hombre que alcanzó la nobleza del espíritu, es decir, la verdadera nobleza, se preocupa por la herencia, por lo que este título de verdadera nobleza implica: la cultura.

Cada hombre que ama la cultura se cuestiona y preocupa por la amenaza que el funcionalismo ejerce sobre la universidad reducida en los últimos años a ser una institución formativa de personal calificado. En este sentido la universidad deja seguir su misión que debería ser, como el mismo Jaspers decía, de conservar la libertad de la enseñanza, la libertad intelectual y cívica e impulsar la búsqueda de la verdad mediante las humanidades y la ciencia.

Pero algo ha pasado y la realidad nos enseña que se ha producido una ruptura total entre la ciencia por un lado y las humanidades por otro. Cada una perdiendo su sentido en este afán de pretender valerse por si mismas. Las ciencias se piensan autónomas y autosuficientes, y las humanidades pretenden resolver los dilemas científicos. Pero las humanidades no salvan si no se entiende el sentido de las mismas. Por eso, el que tiene la tarea de enseñar humanidades debe ser un buen artesano del pensar.

Hoy en día se busca desesperadamente el regreso hacia las humanidades, pero no como una elección auténtica y de corazón, sino como una receta para solucionar los huecos de una enseñanza universitaria que ella misma quiere aniquilar la cultura. Entonces tenemos ante nosotros un dilema: por un lado en la universidad actual se busca ignorar la cultura, porque está ultima no tiene utilidad alguna en el mercado, y por otro se busca promover “las humanidades”, pero con un propósito demasiado mercantil, o como recetas, como si estas fueran aquel “elixir milagroso” que podía salvar la crisis misma de la universidad. Max Scheler, en un momento de decepción en cuanto el futuro de la cultura, afirma: “Todos huyen y corren hacia allí, no en busca de un cultivo del alma, del cultivo que corresponda al propio destino, al peculiar modo de ser y a la seria y objetiva cultura, sino en busca de muy otra cosa: de un amor que les prescriba lo que hay que pensar, hacer y omitir”. (p. 13).

Las humanidades no son recetas, pero fácilmente se pueden convertir en una si se descuida el sentido de las mismas: preservar la cultura y heredarla hacia el futuro. En este sentido me pregunto: ¿Cómo enseñar humanidades sin comprender el valor de la cultura? ¿Cómo enseñar humanidades sin haber leído a los clásicos de la cultura? ¿Cómo enseñar humanidades sin la libertad de pensar o sin la lectura.

En este sentido, entiendo la idea de Steiner que enseñar humanidades no es una garantía para devenir mejor persona, cuando las humanidades no se asumen con el corazón sino son vistos como “instrumento para”… o como “receta para”… Steiner tiene razón: a la institución como tal, llamada universidad, no le importa este tipo de asunto, es decir no le importa el verdadero sentido de las humanidades, le importan los porcentajes y las relaciones públicas y advierte en este sentido de que no hay certeza de que las humanidades humanizan: “los hombre pueden escuchar Schubert o leer a Dante y el siguiente día torturar a otro”. (p. 31).

Como afirma también Stefan Zweig, se ha visto en la historia que ni el Humanismo como tal, ni el Renacimiento tuvieron la fuerza de salvar a la humanidad. Afirma: “Y así como en nuestro tiempo precisamente los nuevos logros, los milagros de la técnica, se transforman en factores más terribles de destrucción; también los elementos del Renacimiento y del Humanismo se convirtieron en un veneno asesino.” (p. 11)

Nadie nos garantiza que las humanidades humanizan, ya que el mismo humanismo trajo consigo una recaída en la bestialidad. Heidegger, en su escrito Cartas sobre el humanismo hace, para su tiempo, un intento de responder al humanismo tradicional que tenía como objetivo formar hombres eruditos, mediante una crítica, afirmando que el mismo humanismo hizo que el hombre naufragara a la orilla de varias ideologías. Por eso Heidegger, reconsiderando el término de humanismo, afirmaba que se debería partir de pensar la esencia del hombre como tal para recuperar su humanidad.

Recuerdo aquí a un Sócrates, a un Montaigne y muchos otros que buscaban, como afirma Zweig, “ser humanos en una época de inhumanidad y libres en medio de la locura colectiva” (p. 17). Pero esto no es fácil y para lograr la libertad, para seguir siendo humano, uno necesita más que el estudio en una institución forzada por el mercado a ignorar su virtud de formar el carácter y reducir su proceso de enseñanza a vender recetas. Cuando paso esto, y somos contemporáneos con este tipo de formación, un señal de alarma se escucha en la lejanía. Un señal que fue lanzado desde hace tiempo, como un signo de que el progreso acabará con la cultura. Por ejemplo, años atrás, en su conferencia Wiessen und kultur  (El saber y la cultura), Max Scheler afirmaba: “Somos hoy como una selva virgen, en donde la unidad de la cultura está perdida casi por completo. Yo no soy y ni paso por ser un hombre hostil a las ideas de la ilustración (Aufklärung) y menos aún a lo que la ideología positivista llama progreso. Pero no encuentro otras palabras para expresarme: un verdadero pavor se apodera de mí ante el creciente abandono de las libertades y la pérdida de sensibilidad, crepúsculo gris e informe en que no sólo este o aquel país, sino casi todo el mundo civilizado, se halla en grave peligro de hundirse, de ahogarse lentamente, casi sin darse cuenta. ¡Y sin embargo la libertad, activa y personal espontaneidad del centro espiritual del hombre –del hombre en el hombre- es la primera y fundamental condición que hace posible la cultura, el esclarecimiento de la humanidad!”(p. 9) Subrayando claramente que ante el peligro de la universidad de hundirse en el progreso, sólo queda el hombre y su libertad de preservar la cultura, de cultivar su espíritu.

Es verdad que no podemos pretender hoy en día que la universidad sea lo que fue en el tiempo de Max Scheler, o que guarde las características de la Edad Media, cuando se formo - aunque en la antigüedad Platón creó su Akadémia, en el lugar para brindar culto al héroe Akadémos; Platón va a hacer de su Akadémia lugar de culto dedicado en especial al cultivo del alma-  con la idea de iniciar a los estudiantes en los estudios de teología. Es verdad, también que la emancipación de la universidad del monopolio eclesiástico, ha sido un proceso gradual y bastante difícil, como el mismo Steiner afirma (p. 27). El aire de la modernidad lo respira la universidad con Humboldt, el fundador de la universidad de Berlín, la universidad moderna, bajo el principio de una educación del espíritu, cuya base era la idea de Bildung- una nueva forma de educación o, más bien de auto-educación, que no se limitaba la alguna clase social en particular. Por eso Bildung era entendido como un signo de nobleza, pero de nobleza espiritual, formándose así una nueva clase, la Intelligentsia, que se caracterizaba, no por un rango social, sino por la nobleza del espíritu que se lograba mediante la educación y el cultivo del espíritu a través de la cultura. El Bildung se ocupaba por la formación del carácter y la formación de la personalidad, porque entonces educar bien significaba transmitir a las nuevas generaciones el genio original de la cultura, de tal forma que en esa transmisión la cultura se mantenga viva. Porque, por el contrario, “cuando una cultura envejece el primer signo de decadencia es su incapacidad de producir libertdad” (J.H. Pacheco, p. 166).

Hoy las ideas de alcanzar la nobleza de espíritu ya no habitan en las almas de los alumnos o las aulas de las universidades; de estas aulas sólo queda el recuerdo…y se escucha un eco cada vez más apagado de un tiempo pasado. Hoy los alumnos ya no tienen la idea de auto-formación y tampoco la responsabilidad de mantener viva la cultura; esperan todo del maestro, éste último limitado también a cumplir con “criterios” de la enseñanza. Ya no son las aulas el espacio donde el maestro y el alumno se sentían juntos, en casa, en la casa del pensar ¡Hoy en las aulas, el maestro y el alumno se sienten, cada uno, extraños porque falta la libertad; tanto la libertad de cátedra del maestro, sustituida ahora por competencias, por una enseñanza instrumentalizada; como la libertad de pensar del alumno que no tiene criterio para pensar, porque su aprendizaje se reduce a lo que es útil. O, sabemos muy bien, que el verdadero aprendizaje no tiene utilidad alguna, pero tiene sentido. ¿Será esté un signo de decadencia…?

No lo sé, sólo me queda la memoria del corazón…Había una vez, en tiempos de “nuca jamás” un profesor y un alumno….Había una vez una relación de diálogo, de reciprocidad, de confianza, de disposición; había una vez, un profesor que cultivaba el alma del alumno, y un alumno que cultivaba el alma del profesor; los dos inmersos en el mismo camino: el aprender, de descubrir, de encontrarse en el camino hacia…Dice Heidegger, con aire nostálgico: “Enseñar es más difícil que aprender porque implica un hacer aprender. Es más, el auténtico maestro lo único que enseña es el arte de aprender. Por eso la aportación del docente despierta la impresión de que propiamente no se aprende nada con él. De ahí que en la relación entre maestro y aprendices, si ésta es genuina, nunca se ponga en juego la autoridad del mucho saber.” (p. 78)

Había una vez un amor auténtico por la sabiduría, una relación de amor recíproco entre el profesor y el alumno, hoy destrozada por un simulacro que pocos están dispuestos a desafiar y a buscar un encuentro más allá del artificio. Citando a Steiner,  “Las instituciones que buscan levantarse sobre raíces monetarias están en el peligro de sacrificar su propia sustancia” (p. 34) La maquinaria acabaría sepultando al artesano del pensamiento, de la palabra…Y no quiero pensar que será la universidad, la que acabará con el destino del profesor y con el destino del alumno…

Las universidades convertidas por funcionarios en instituciones burocráticas, es decir en un mundo dominado por criterios ambiguos y absurdos, son espacios ya no de vínculos, de convivencias, de hermandades, sino espacios vacíos, corporaciones enfocadas al mercado y ya no en el alcance de la sabiduría, no en el esfuerzo de alcanzar la nobleza del espíritu. Las universidades luchan por la sobrevivencia en un mundo competitivo y desgastante que acabó con su propia esencia: elevar a los alumnos hacia el cultivo del espíritu.

Lo que antes hacían las universidades, es decir, ofrecer una educación intelectual y cultural, representaba la tradición misma de Europa, como afirma Rob Riemen, es decir, la Paideia y el Bildung, sin los cuales no pudiéramos tener una enseñanza libre que es la base de la cultura y de la civilización. Pero hoy todo esto, es sólo un recuerdo. En lugar de esto, como dice el mismo Riemen, las universidades están estancadas en sus paradigmas de que sus misiones son para servir a ciertas ideas y se olvidan de brindar la educación intelectual y cultural que es el pilar de la civilización.

Es un error pretender hacer de la universidad una institución que se ocupa con brindar a los jóvenes sólo las bases de una profesión. Es un error limitar la misión de la misma a servir a un propósito específico. La única misión de una universidad es brindar la libertad de pensar y cultivar el espíritu. Es un pecado instrumentalizar la vocación de un profesor y hacer de él una maquinaria. No se puede uniformizar la vocación y no se puede uniformizar la educación en la universidad.  La universidad debe ser un lugar sagrado donde se preserva la cultura, porque de nada sirve un profesionista sin cultura ya que, sin cultura, cualquier excelente profesionista se vuelve un objeto de cambio en un mercado cada vez más competitivo, un funcionario más, pero no una persona más.

Si queremos que las futuras generaciones tengan cultura y sean hombres con la capacidad de comprender sus tiempos, debemos dejar de hacer de la universidad una escuelita más, una extensión de preparatoria, y entender que la universidad debe recuperar aquello que le pertenece: la de brindar una educación intelectual y de alto nivel, para hacer que cualquier estudiante alcance la excelencia como ser humano y no sólo el éxito como profesionista. Recuerdo las palabras de Wiesenthal quien afirmaba con tristeza: “a los jóvenes les enseñan hoy que lo importante es hacerse un nombre en el mundo, conquistar un puesto en la sociedad, entrar por la puerta grande en el teatro de la vida. Pero pienso que lo difícil no es entrar, sino salir a tiempo…” (p.26). Y precisamente saber salir a tiempo, saber cual es tu lugar, no te lo da ni la posición, ni un puesto en la sociedad, sino te lo da la comprensión del sentido de las cosas.

No es posible que un alumno pase por la universidad sin haber leído y aprendido con la memoria del corazón a los clásicos de la cultura, porque son ellos quienes nos enseñan sobre nuestra sociedad, sobre cómo lidiar con los problemas actuales, como dice Riemen “un Thomas Mann, un Voltaire, un Beethoven,  -y  podía añadir un Sócrates, un Homero, un Newman, un Tolstoi, un Dostoievski, un Goethe etc, etc,.- no son “reliquias”, son contemporáneos porque responden a problemas perennes con los cuales cada generación se enfrentará”.

El peor error es ignorar el pasado, aniquilar la tradición, porque sin la tradición y una mirada retrospectiva, no se puede comprender el presente y no se tiene una perspectiva para el futuro. O, bien sabemos que un presente sin perspectiva representa una vida sin sentido. Un ser humano no puede vivir sin su pasado, sin tener raíces, igual la cultura no puede existir sin la tradición, sin sus raíces. Entonces me pregunto otra vez: ¿Cómo enseñar humanidades sin la tradición, sin el conocimiento de la cultura?

La universidad actual a lo mejor tiene muchas estrategias para atraer estudiantes y preparar profesionistas, para diseñar programas atractivos y así tener esperanza en la continuidad; pero esto no es suficiente. La continuidad no existe sin tradición y la humanización del hombre no es un instrumento de mercadotecnia. La humanización como Max Scheler decía también se da a través del saber y la cultura, no como progreso, sino como destino del hombre, su más alta misión. Cito a Scheler: “Cultura no es educación para algo, para una profesión, una especialidad, un remedio de cualquier género,  sino que la cultura carece de toda finalidad externa” (pp.61-62). Cultura significa cultivar el espíritu con el saber entendido como una relación, como vínculos,  con lo que nos rodea, mediada por el amor (p. 90). Sin el amor, que nace en el corazón, ningún saber es posible y ninguna cultura nos podrá humanizar.

Algo me hace pensar que la esperanza de la humanización del mundo, es decir de cultivar el espíritu, ya no está en la universidad mientras ésta se presente como una maquinaria para producir profesionistas; pero está en la Universidad -si ésta representa para aquel que lo habita, el ideal de formación- la memoria de nuestra cultura porque sólo la memoria puede guardar la pureza de una esperanza y puede recordar algo de lo que nuestros maestros y los maestros de los maestros nos heredaron con amor.

Me gustaría pensar que hay una forma de guardar esta bella herencia. Al menos tengo fe, y, como dice Steiner, en este sentido, sólo la memoria y el amor nos pueden salvar. Mauricio Wiesenthal, con el mismo aire nostálgico afirma, en un momento de triste lucidez: “de mi patria me queda sólo el recuerdo de mis maestros de mis seres queridos. Sólo puedo decírselo en alemán: mi Weltinnenraum, un mundo interior que vive y morirá conmigo” (p. 17)

Sólo queda la memoria de este mundo interior, la memoria entendida como amor a la tradición; y cuando aprendemos de memoria significa no sólo que hemos aprendido con el corazón, pero significa que estamos preparados para heredar lo más valioso de nuestra forma de ser humanos.

Bibliografía:
Heidegger M., ¿Qué significa pensar?, Madrid: Ed.
Jaspers K., La idea de universidad, España: Ed. EUNSA, 2013.
Trotta, 2011.
 Newman J.H., Cristianismo y ciencias en la universidad, España: Ed. EUNSA, 2011.
Pacheco J. H., La conciencia romántica, Madrid: Ed. Tecnos, 1995.  
Scheler M., El saber y la cultura, Buenos Aires: Ed. Leviatán, 1998.
Steiner G., Universitas?, Tilburg: Nexus Instituut, 2013.
Wiesenthal M., Luz de Vísperas, España: Ed. Edhasa, 2008.
Zweig S., El legado de Europa, Barcelona: Ed. Acantilado, 2003.

Entrevista: Feautured People: Rob Riemen
(http://www.culturalfoundation.eu/library/featured-people-rob-riemen)