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La filosofía en los ideales y prácticas educativas del Anáhuac.



La ética no es solo aquella que encontramos en los tratados de Filosofía Moral, sino que abarca un campo mucho más basto. Esencialmente  consiste en un esfuerzo de proponer reglas de conducta y de vida buenas, es decir que tiene un fin intrínseco educativo. Por consiguiente para reconstruir la ética de una cultura, un instrumento fundamental es estudiar sus ideales y prácticas educativas.
  

México es un país privilegiado: asiento de grandes culturas como la olmeca, teotihuacana, maya, tarasca, entre otras que formaban parte de la civilización del Anáhuac, una de las seis más antiguas y con origen autónomo. Tan antigua como Egipto o Mesopotamia, en la que ser conocedores de la interioridad psicológica y estar en armonía con los buenos sentimientos alojados en el corazón era primordial.  “La Tlacahuapahualiztli (arte de criar y educar hombres)  no se limitaba a la capacitación de un oficio o de un arte, sino a la enseñanza de los valores morales y éticos de la comunidad. Si bien se les enseñaba el cultivo, también se les infundían el amor por la tierra, la gratitud a los dioses, el gusto por el trabajo, el deseo de compartir el sustento con los suyos y con los necesitados. En toda actividad se les inculcaba un gran sentido de la familia y del grupo humano porque un rostro y un corazón no andan solos en el mundo, sino cerca, a un lado o enfrente de muchos otros rostros y muchos otros corazones”.
  

La educación en la civilización del Anáhuac, era parte indispensable de la humanización. El Tollan o la ciudad, se concebía a partir de personas educadas que vivían en comunidad, con un objetivo o propósito social muy elevado y compartido por todos los integrantes, a partir de un milenario proceso educativo, en el que el “servicio” a la comunidad era fundamental. Y es de esta manera que se pueden entender los largos, periodos, de esfuerzo constructivo del México antiguo. Como por ejemplo ocurrió en Mitla, Monte Albán y Chichenitza por citar algunos.
  

La educación en su sentido más amplio, estaba totalmente inmersa en el tejido social. Lo mismo en la casa, que en los espacios públicos. En los objetivos de la familia, del calpulli y del Estado.  Y se aplica a la organización social. La ética y la moral, entendidos como los juicios de valor de carácter personal y social, son trasmitidos-aprendidos a partir de procesos directos e indirectos educativos, formales e informales. Es entonces la educación, la que permite que el individuo, la familia y la comunidad, puedan alimentarse, mantener la salud, organizarse y vivir en armonía en la sociedad. Pero más aún, la educación es la que puede concretar el mantenimiento del propósito social y alcanzar los más elevados proyectos abstractos de una civilización a través del tiempo.
  

El patrimonio cultural se divide en dos vertientes, el patrimonio cultural tangible, que se refiere a “los objetos”, como pirámides, estelas, cerámicas, códices, etc. Y el patrimonio cultural intangible, que se refiere a “los sujetos”, es decir a las personas. Este patrimonio se percibe en los conocimientos, sentimientos, tradiciones, usos y costumbres de un pueblo. La forma particular de entender el mundo y la vida.
  

El patrimonio cultural intangible es el más importante, en tanto, que es el  “productor y reproductor” del patrimonio tangible. De esta manera, se puede considerar a la educación, como el bien más importante del patrimonio cultural, y en consecuencia, la herencia cultural más valiosa para construir un futuro más humano, justo y armonioso.


   De las seis civilizaciones más antiguas de la humanidad, la civilización del Anáhuac fue la única que creó un sistema educativo público, obligatorio, gratuito que desarrollaron por milenios, formando sucesivas generaciones de jóvenes educados e instruidos en valores y conocimientos de carácter moral, ético, científico y artístico. Sustentando como lo hemos ya mencionado, su sociedad, en la educación, razón por la cual podemos, con gran orgullo, sustentar que las nuestras fueron las primeras sociedades totalmente escolarizadas, sin importar el rango social o el poder económico familiar.  Siendo así un ejemplo para el mundo. El francés Jacques Soustelle en su libro “El Universo de los aztecas, escribía en 1955:
“Es admirable que en esa época y en ese continente, un pueblo indígena de América haya practicado la educación obligatoria para todos y que no hubiera un solo niño mexicano del siglo XVI, cualquiera que fuese su origen social, que estuviera privado de escuela”.

Recordemos que en Europa el primer sistema educativo público, obligatorio y gratuito se implanto en Italia en 1597 gracias a José de Calasanz.
  La educación básica se llevaba a cabo desde los seis hasta los doce años. Los padres a esta edad acompañaban a sus hijos al Tepochcalli o al Calmecac, en este último había un anexo destinado a las niñas, a quienes se les impartía una educación fundamentalmente moral y se les preparaba a fin de que pudieran cumplir con todas sus obligaciones dentro del matrimonio. El saber era como dice, León Portilla, “el sustantivo mismo de la vida”. Cuando el niño o niña ingresaba a la educación básica ya tenía conocimiento de muchas cosas que los padres le habían enseñado. Se entendía que el vivir no era otra cosa que el ejercicio de aprender.  Todos eran educados, porque la ignorancia era concebida como algo vergonzoso, más aún doloroso, que debía ser evitado.
 

Si partimos que la educación trasmite valores y que en el Anáhuac se mantuvo presente con cobertura total, por lo menos durante tres mil años consecutivos.  Se explica el hecho de que en México, las personas que tienen generaciones de “no ir a la escuela” o no tener ni siquiera la primaria completa, “son personas muy educadas, con sólidos valores éticos y morales”.
  

Esta educación en valores (no académica y no escolarizada), trasmitida a través de la cultura ancestral, permite que las personas, familias y pueblos, tengan mejores hábitos alimenticios y puedan comer “de la nada”, lo mismo en un desierto que en un bosque. Pero también, esta educación transmitida en las tradiciones, usos y costumbres, les permite tener buenos hábitos higiénicos y conocer métodos curativos, que incluyen plantas, insectos, minerales y ancestrales técnicas. Estos conocimientos están implícitos en métodos y técnicas de construcción, siembra, reforestación, organización comunitaria e impartición de justicia.
  

Es decir que la educación prepara desde la infancia a los individuos de una comunidad a servirla, a obedecer y respetar jerarquías, aprendiendo que es más importante el interés comunitario que el individual y que se manda obedeciendo.
  Por eso el respeto a los padres y abuelos, así como a los hermanos mayores, la relación con la familia ampliada, es decir tíos, tías, parientes políticos resultaba fundamental en el desarrollo del niño.
  

Los niños eran integrados, como miembros muy valiosos, a la vida social y familiar.
Y en este núcleo era dónde se formaban los valores, principios y actitudes que regirían el resto de su vida. La educación en el hogar era práctica y por imitación. El ejemplo del núcleo familiar era básico, comenzando por los padres quienes enseñaban a sus hijos, a temprana edad a cumplir con todas las obligaciones con el hogar y con la comunidad. Las tareas se daban según la edad y los propios alumnos instruían a los más pequeños, de modo que se alentaba la responsabilidad de los hermanos menores y el trabajo en equipo.

El sentido tolteca de la práctica educativa se sustentaba en valores, que se debían trabajar cotidianamente con los estudiantes, a través de actividades físicas, mentales y artísticas, que desarrollaran hábitos, y que estos, a través del tiempo, formarían el carácter o como refiere el simbolismo náhuatl de la educación: formar “el rostro propio y el corazón verdadero” del estudiante.
Este rostro, sólido como una piedra, y éste corazón, firme como un tronco, definirían con el tiempo el destino de sus vidas.
  

Finalmente diremos que ante los desafíos que está enfrentando la educación y el maestro del siglo XXI, se requiere re-pensar la filosofía de la educación en México. Para ello, debemos de dejar de buscar afuera lo que nuestra propia educación familiar y comunitaria, en nuestros valores y principios existe desde hace miles de años.
  

El futuro de México y la educación está en su pasado. El maestro debe recobrar la memoria histórica y fortalecer su identidad para despertar la consciencia de sus alumnos. Requiere revalorar y descolonizar su patrimonio cultural, su historia ancestral y su Cultura Madre. Esa cultura Madre que ha tenido en el vértice superior de su pirámide de desarrollo, la trascendencia espiritual de la existencia. Su propósito social ha sido concebido de manera comunitaria. El ser humano es hijo de la Tierra y ella es entendida como un ser vivo y sagrado.  El ser humano tiene como responsabilidad superior decantar su energía espiritual y coadyuvar para mantener el “equilibrio” del planeta y las misteriosas fuerzas del universo.
  

La “Matria” basa sus fuerzas sustentadoras en la conciencia espiritual del individuo, la unión de la familia en los valores y actitudes ancestrales, el respeto absoluto a la Naturaleza. La cohesión de la comunidad y el comunitarismo, por lo que rechaza la propiedad privada, el uso de la moneda, el atesoramiento y la explotación. La organización y dirección como lo hemos ya mencionado, se basa en “el servicio a la comunidad, a través del “mandar obedeciendo” 
 

“ La Matria nos ha legado cinco actitudes ante la vida y el mundo:
Los valores acendrados que unen a la familia y a la comunidad.
Un infatigable espíritu constructor
Un permanente optimismo por la vida
El amor y respeto a la naturaleza
Una visión mística y espiritual ante el mundo y la vida”.

Conclusión
“El futuro de México es su pasado”  como diría el Maestro Guillermo Marin
La civilización del Anáhuac sigue viva y presente en muchos aspectos de nuestra vida cotidiana. Somos los descendientes de nuestros antepasados, por eso debemos saber y dar a conocer su herencia, que es nuestra y constituye nuestra riqueza. Tenemos que recuperar la memoria histórica y conocer la verdad sobre nuestro grandioso pasado.
   Debemos investigar cuáles fueron los valores y principios humanos con los que se constituyó la civilización que logró, a lo largo de muchos siglos, el grado más avanzado de vida en sociedad que ha alcanzado la humanidad.
   Necesitamos comprometernos en la investigación y el profundo análisis del pasado anahuaca, porque constituyen los más profundos cimientos de lo que somos en esencia y que podemos ser. Necesitamos comenzar a hacer, “arqueología del Espíritu” en lo más profundo de nuestro ser.

Notas:
DIAZ INFANTE Fernando. –La educación de los aztecas.-Panorama. México 1996. p.p.41-42.
SOUSTELLE JACQUES. –La vida cotidiana de los aztecas.- Fondo de Cultura Económica. México 1955.
Cfr. DIAZ  INFANTE F. Op. cit. p.57
Cfr. MARÍN GUILLERMO. –Pedagogía Tolteca- Filosofía de la educación en el México antiguo. Educayotl. A.C. México 2012.
Cfr. LEÓN PORTILLA Miguel.-La filosofía Náhuatl. UNAM. México 1979.
MARÍN GUILLERMO. –Anáhuac esencia y raíz de México. Educayotl. A.C. Oaxaca, México 2010.p.27
        

  

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