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Mentiras y traiciones



Fiel a su vocación de hacer política desde el caos, el presidente de la República ha dado un paso sumamente arriesgado: traicionó la confianza de aquellos a quienes les pidió  una repatriación difícil, invocando ser víctima (siempre es víctima de algo), de la desconfianza. ¿Paradoja o “parajoda”?

Marcelo Ebrard, el secretario de Relaciones Exteriores, cuando pidió juzgar en México al general Salvador Cienfuegos capturado por la DEA sin aviso previo ni de la investigación ni mucho menos de la intención de aprehenderlo, les dijo a los americanos no es posible colaborar en un área y desconfiar en otra. ¡Bravo, impecable!

Donald Trump; antes de irse al basural de su futuro, le concedió a México la oportunidad de hacer la investigación y entregó al detenido y su expediente, mientras el canciller apaciguaba las aguas de la sospecha de impunidad, con el poético argumento de no incurrir en un suicidio. 

No hacer nada, dijo, sería suicida. 

Y no se hizo nada. 

O se hizo lo peor, en todo caso: el general fue exonerado sin juicio alguno, las pruebas fueron desestimadas y el expediente fue dado a la publicidad y descalificado, por falso y fabricado.

Y todo esto ocurría cuando el amigo de nuestro presidente caballero (¿como MAC?) , enfrentaba un segundo juicio político, cuyos efectos sobrepasarán el motín en el Capitolio. Muchas otras de sus decisiones ejecutivas, como ésta, por ejemplo, engrosarán los motivos de su permanente desgracia. 

En Los Estados Unidos (y ya lo mencionan los grandes medios), hay una profunda sensación de coraje porque su sistema de justicia ha sido burlado por un gobierno mendaz. El compromiso de proseguir las investigaciones y hacer lo necesario para .-en su caso— castigar a quien fuera culpable, no fue cumplido. Y eso, en una cultura del respeto a los compromisos, como la estadunidense, es además de una ofensa, una torpeza. 

Obviamente, y sin  haber visto la mañanera de hoy,  el Señor Presidente invocará toda la mitología de nuestros principios de política exterior y el respeto a nuestra soberanía. 

Pero todo eso, tan útil para inflamar a los patrioteros, no tiene utilidad alguna en Estados Unidos, cuyo Departamento de Justicia ya ha anunciado su interés en reabrir el caso del general Cienfuegos y al mismo tiempo hace público su descontento por las filtraciones (innecesarias, indebidas e inútiles), de documentos (confidenciales) de trabajo, cuyo quebranto arriesga la cooperación entre ambas naciones. 

Dice la AFP: “Estados Unidos rechazó la acusación hecha por el gobierno de México de que la DEA fabricó pruebas contra el ex ministro de Defensa mexicano Salvador Cienfuegos, y puso en duda la cooperación bilateral a futuro. 

"Los documentos publicados por México (...) muestran que el dosier contra el general Cienfuegos no fue inventado", aseguró este sábado el Departamento de Justicia de Estados Unidos en un comunicado. 

“El Departamento de Justicia expresó también su "profunda decepción tras la decisión de México de divulgar información compartida de forma confidencial”.

El problema no consiste en la decepción de Washington sino en la reacción ante esta actitud.  Si bien esto ha sido durante el gobierno saliente, las lesiones no le fueron infligidas a Trump sino a un valor americano indispensable: la confianza.

Y junto a eso se les anuncia una modificación legal por la cual los agentes de ese país en México (aquí operan más de veinte agencias, no sólo la DEA y la CIA), deben informar de sus movimientos, contactos, relaciones, actividades y hasta su horario de micción, mientras estén en México. Ajá, cómo no.

Si a eso se agregan los errores antes, durante y después de las elecciones, la displicencia ante el nuevo presidente Joe Biden, (confesada solidaridad con la idea del fraude); la dilación en establecer comunicación directa, la atrabancada sustitución de la embajadora Bárcena; tenemos una colección de dislates nada sorpresiva: nuestras relaciones están en manos de un inexperto. 

Porque se diga cuanto se quiera de Marcelo Ebrard; es un novato en materia internacional. A pesar de sus brillantes estudios de teoría internacional  y sus habilidades como mercader de vacunas (sus días estériles con Manuel Camacho en la SER, no cuentan), nunca había sido funcionario de la cancillería, ni cónsul, ni embajador, ni agregado, ni nada.  

Es un visitante (¿diletante?) en el servicio exterior. 

Y si a eso se agrega la estrecha visión del mundo desde el balcón presidencial cuyo horizonte apenas llega a Palenque, Chiapas, pues entonces lo comprendemos todo. 

Comprender no es aceptar. Y el Tío Sam no suele aceptar las traiciones.

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