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El PAN actual, migajas de vanidad



El destino de las grandes frases es ir acumulando creadores a lo largo del tiempo.

Así, aquel consejo de intensa sabiduría y profunda admonición para los panistas, de ganar el gobierno sin perder el partido, ha sido atribuido sucesivamente a Gómez Morín, Castillo Peraza y Perico de los Palotes. Yo creo en la autoría de éste último. Me parece el más sensato de los tres.

Pero ahora no importa quién haya hecho tan reflexiva cuanto precisa advertencia, porque al PAN ya le ocurrió en la realidad, como aquel que se prometió jamás llevar a sus hijos a Disneylandia y se los cumplió cabalmente.

La indigestión de dos presidencias sucesivas los ha dejado ahora sin el partido y sin el gobierno.

Claro, esta afirmación es un tanto exagerada para una organización política bajo cuya férula hay casi una docena de gobiernos estatales y varios cientos de municipios (algunos de éstos en alianzas) y dos expresidentes de la República desencantados, alejados y hasta antagonistas.

Eso sin contar a dos expresidentes nacionales del partido, expulsados (Espino y Martínez) o conversos, pero sea como sea alejados del dogma, el estilo, la historia y el estigma.

Pero lo más interesante de este peculiar club de buenas personas —religiosas, decentes y dizque demócratas, cuya evolución lo llevó de la kermesse y la sacristía, a la cima del poder en un lapso de 70 años, para derrumbarse, con estrépito de palacio de vidrio invadida por chivitos, en menos de quince—, es la deserción de Felipe Calderón, quien de joven promesa pasó a “descolado mueble viejo”, para usar una insuperable frase del poeta del tango, El Negro Celedonio Flores.

Felipe Calderón —quien quiso influir en las elecciones internas del domingo pasado, las cuales tuvieron la misma limpieza democrática de la consulta por Santa Lucía, y ensuciaron el ya percudido cochinero—-, creyó suficiente su presencia en Telefórmula, donde gestionó la semana pasada una entrevista cursi y mentirosa en la cual anunció su retirada del partido si no ganaba Manuel Gómez Morín o mejor dicho, si triunfaba Marko (con k) Cortés.

Pero este Gómez Morín no es el fundador sino su nieto y el esplendor de los apellidos no pudo contra el grupo llamado por Felipe, la camarilla secuestradora, y apenas dos de cada diez votaron por aquél. Calderón se quedó sin pretextos y se fue del PAN sin darse cuenta de cuánto tiempo antes ya los habían echado a él y a su esposa, la señora Margarita, quien ha sido en la historia electoral mexicana —además—, la candidata presidencial independiente menos duradera de cuantas se tenga recuerdo.

Y así el Partido Acción Nacional se enfila a la más idiota de sus batallas: sabotear la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador, el próximo primero de diciembre, por haber invitado a la toma de protesta a Nicolás Maduro.

Está bien la falta de recursos políticos para combatir a Morena, pero prenderse de los bigotes de Maduro y convertirlo en la única posibilidad a la mano para exhibir el desacuerdo con López Obrador, a quien ha combatido hasta el cansancio, demuestra nada más un incurable raquitismo.

Si en medio de esta anemia, sólo hallan como causa política atacar a un tirano de aldea, pero de una aldea muy lejana, muy difícilmente podrán abandonar la mediocre condición en la cual se hallan desde hace tiempo.

Pero en medio de este desastre y esta desorientación para saber cómo oponerse por los miles de asuntos nacionales, aparece de pronto el anuncio de Felipe de construir un nuevo partido.

Cuando se habla de este empeño nadie pregunta por la orientación o definiciones ideológicas, el programa político o la finalidad histórica. La única pregunta —nunca respondida, por cierto por ninguna nueva organización—, es de dónde se hará de mulas Pedro.

¿Quién va a financiar una organización tan cara como un partido político para enfrentarlo a la maquinaria abrumadora de Morena cuyas dimensiones actuales quizá superen pronto las del gran Plutarco y sus descendientes?

Mientras tanto el PAN de Marko (con K) nada dirá en la toma de protesta de AMLO en cuanto al aeropuerto o las confrontaciones financieras o los desatinos de mermar a la burocracia en cantidad y calidad. No.

De eso guardarán silencio, pero van a chillar por la presencia de Maduro como no lo hicieron cuando invitaban a Chávez.

DEL MAZO

Alfredo del Mazo, discreto y en silencio, viene a resultar el único ganador con el desbarajuste de los aeropuertos. Tanto Santa Lucía, como Toluca están en su territorio y de él dependerá el éxito del programa regional aeroportuario anunciado por Andrés Manuel y Javier Jiménez.

 

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