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Los martirios de Santa Lucía



Lucía de Siracusa (283, d.c.) fue una joven cuya firme e irrenunciable virtud la llevó al martirio y posterior decapitación, sólo por mantener la virginidad  y la fe en el Cristo verdadero. Diocleciano, el terrible emperador de las orejas de burro, la envió a un prostíbulo para abatir su integridad, pero no pudieron contra ella ni cadenas ni chorros de aceite hirviendo; mucho menos los vulgares pecados de la carne.

Por derivación  de su nombre y su pertenencia a la gracia luminosa  de la fe, es ahora la patrona de los oftalmólogos y hasta los ciegos. La claridad  de la vista.

Santa Lucía se llama también la bahía de Acapulco, donde la luz se estrella contra  los cristales del mar, del quieto mar encerrado en el anfiteatro  de cerros cuyo roquerío se hunde en el océano azul.

También se llama así la zona donde los militares, en el municipio de Tecámac en las planicies del Estado de México, construyeron un aeródromo y un conjunto habitacional para el personal de la Fuerza Aérea Mexicana, donde un vivales lucubró (y lucró), con la idea de edificar un aeropuerto internacional, donde ni se puede en condiciones óptimas ni se necesita.

Pero la visión de los negocios no siempre es el sentido de la vista protegido por la Santa Lucía, porque ahora resulta un asunto oscilante entre lo trágico y lo jocoso. Mejor dicho, lo costoso.

Los genios de la aeronáutica nomás no vieron un cerro —De Paula—, cuya ubicación complica toda maniobra celestial y de aterrizaje. Como decía alguien en la carpa: “Estás viendo y no ves”.

Si hubiera sido un cerro de billetes (como ahora se va a necesitar para el ajuste del proyecto), lo habrían percibido, si no con la vista de seguro con el olfato, pero ahora venimos a saber: el mejor ingeniero del mundo (al menos en el cálculo de estructuras), el señor José María Riobóo, quien tiene un amigo poderoso, nos mostró hace meses sobre las rodillas, un par de hojitas de papel bond de 90 kilos de gramaje (eso sí), pero nunca vio el estorboso cerro.

Así se ha dado a conocer, para hilaridad de quien vea en estas exhibiciones de ineptitud, motivo de risa o carcajada, Son ocurrencias risibles.

“(NCC.Com). Desafortunadamente el proyecto para la construcción del Aeropuerto Internacional de Santa Lucía (AISL) se topó con el primer obstáculo, algo que le costará alrededor de 8 mil millones de pesos: un cerro.

“De acuerdo con El economista, esto significa un incremento en el costo de 11.7%, pues pasará de 70 mil 342.1 millones de pesos a 78 mil 557.3 millones de pesos por la compra de mil 284 hectáreas para la reubicación de todas las instalaciones militares dentro del mismo polígono, reveló la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), dependencia encargada del proyecto.

“Uno de los principales problemas detectados en la planeación para la ubicación de las pistas lo constituye la presencia del Cerro de Paula, cuya elevación máxima es de 2 mil 625 metros sobre el nivel del mar, para la ubicación de la pista sur. Por tal razón, se estableció de común acuerdo entre las partes involucradas que dicha pista se considerara exclusivamente para uso militar.

“Esto significa que las pistas civiles se verán afectadas, así que el plan maestro presentado en agosto pasado y que contó con la participación de Grupo Riobóo, tuvo que ser modificado para considerar una tercera pista para uso exclusivo de la Fuerza Aérea Mexicana, además de la reubicación de las instalaciones militares existentes actualmente en la Base Aérea Militar No.1.

“…la inversión del gobierno federal aumentará 17.5%, “porque inicialmente se estimaba ejecutar obras mediante concesiones por un monto de 3 mil 463.6 millones de pesos”.

Así pues se pelean las santas.

La ya dicha Lucía contra Paula, quien como todos sabemos fue una mujer mundana y poco reacia al reparto  de sus encantos femeninos, quien, sin embargo, fue llamada al camino de Dios y a él se dedicó hasta convertirse prácticamente en una anacoreta, discípula y acompañante de San Jerónimo, quien como todos sabemos es pilar de la patrística de la Iglesia junto con San Ambrosio, San Agustín y San Gregorio Magno.

Magno, el “oso” de cada día.


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