Sábado 07 de Diciembre, 2024 - México / España
Un vínculo entre México y el Mundo
Facebook Twitter Whatsapp

Kubrick y Hegel, 2001: Odisea del espacio (Kubrick, 1968): El cine como evolución del universo y la conciencia.



Dedicado a Javier Vilchis a 10 años de su partida de este universo.

“Dios es solamente Dios en tanto se conoce a sí mismo. Su saberse es además un autoconocimiento en el ser humano y es el saber del ser humano acerca de Dios que se prolonga, hasta saberse del ser humano en Dios”. (G.W.F. Hegel, Enciclopedia de las Ciencias filosóficas parágrafo 564.)

En los tiempos ultra-postmodernos de conciencias clausuradas en sí mismas, sin criterios, sin relaciones, aisladas sin historia, memoria y mucho menos olvido; como auténticas nulidades andantes o mecanismos sin espíritu, como diría Max  Weber, de muertos en vida, desesperados sin sentido, pero sin asumir los riesgos de tenerlo; en la época de los pocos, pequeños y minúsculos relatos que se justifican y validan a sí mismos dentro de los límites de su propia trivialidad y mediocridad; en los tiempos de Sísifo y Tántalos espaciales, Stanley Kubrick, este filósofo cinemático, nos muestra el planteamiento de la relación absoluta del desarrollo del universo y el desarrollo del hombre. Esto como la evolución de un espíritu, de una conciencia que se piensa, y se sabe a sí misma, y que al hacerlo se relaciona con todo lo que es. Se piensa en imágenes como la presencia de ideas y no como meras figuras, como estructuras visuales y unidades de sentido multimedia, en donde el pensamiento no se hace con palabras sino con imágenes, pues de los 141 minutos de duración de la película sólo 40 minutos son diálogos.

Lo que Kubrick nos muestra en este icónico filme, por lo cual no se ha desactualizado con el avance de la tecnología, es la evolución del universo como la evolución misma de la conciencia humana que piensa el mundo y se piensa a sí misma. De tal modo que este pensar produce acciones y obras que configuran el devenir del universo, de forma técnica, que le dan sentido y dirección. Es decir, si no pensáramos sobre el mundo, éste no podría desarrollar sus propias posibilidades.

Sin embargo este sentido no es determinado por los individuos, paradójicamente no es producto de la propia voluntad, sino de un pensamiento y una voluntad más allá de nuestra propia forma individual. Kubrick noes está diciendo que más bien es un pensamiento trascendente a los individuos y una de sus formas de manifestarse es por el pensamiento humano. El pensar humano es necesario para que este pensar universal desarrolle sus propias posibilidades, pero nuestro pensar subjetivo no determina su contenido. Este contenido, este pensar, son las propias posibilidades establecidas en el mundo y en su propia actividad vital. En otras palabras, no somos conciencias clausuradas en nosotros mismos, sino que somos la conciencia necesaria por la cual el universo en su sentido total se hace consciente de sí y se hace verdaderamente sí mismo.

Por ello el filme plantea la posibilidad de la evolución en diversas formas de ser del pensamiento y la conciencia: del hombre primitivo al hombre tecnológico, a la máquina, al hombre lisérgico, al superhombre (la imagen final del embrión como un universo más allá del planeta tierra).

La esencia del universo es la esencia de la conciencia humana, la posibilidad de construir un sentido total y absoluto de lo que existe dialécticamente. La pregunta filosófica que nos plantea Kubrick es ¿Cuál es la relación del hombre con el universo? Su respuesta que se denota en el filme completo es que le hombre sea el agente de su progresión, de su plenitud. Una progresión de formas más perfectas de ser del propio universo, la cual implica la destrucción de formas primitivas y asumirlas en formas más elaboradas, integras y complejas, es decir, pensar, progresar, es a la vez destruir y por eso en el filme es una constante la violencia implícita en la evolución.

Esto le da sentido al título del filme como una Odisea, haciendo una alegoría de la realizada por Homero, cuyo sentido fundamental tiene que ver con el re-encuentro de la humanidad con su manera auténtica de ser. Es también lo que pensadores como G.W. F. Hegel han determinado como la esencia del devenir de la realidad total, que inicia con un ser en sí mismo, que se realiza en ser otro y finalmente es de nuevo sí mismo, por sí mismo. Esta idea significa que no por el hecho de estar en el mundo ya somos la verdad de nosotros mismos, y que el proceso por el cual nos realizamos es un proceso de reflexión y de saber, que necesariamente tiene tres momentos:  el primero donde se está sin saber de sí, el segundo que lo que sabe de sí  lo sabe alejándose de sí mismo, enajenándose, extrañándose, siendo otro distinto a sí mismo, por lo cual se revela quién es realmente, y el tercer momento donde recupera su ser original pero con plena sabiduría de que lo es y lo posee desde sí mismo, en palabras más simples es el proceso de que para encontrarse hay que perderse.

Ahora bien no hay que perder de vista que este proceso de pensamiento, es acción al mismo tiempo y por lo tanto configuración misma del mundo en el tiempo, por lo que  cada momento es una manera de entender la vida en el tiempo distinta.

Podríamos hacer así un paralelismo entre la idea de Odisea de Homero, la estructura de la evolución del universo y el pensamiento propuesta por G.W.F. Hegel y el filme de Kubrick 2001: Odisea del espacio. Dado que en la película vemos la evolución del universo como la evolución de la conciencia humana: que va de la inocencia, la imagen del hombre primitivo, a la dependencia de sus propias obras, el hombre tecnológico y el donarle la conciencia a las máquinas (La famosa Hal), por lo cual se pierde en el fondo de la conciencia cósmica y del tiempo, hasta que aparece de nuevo, como una especie renacida más allá de las limitaciones del planeta tierra, como un nuevo amanecer. Esto significa que ya no es ni inocente, ni dependiente de las creaciones, sino absolutamente libre de esas determinaciones, un nuevo hombre, una nueva conciencia, un nuevo ser.

Veamos más a detalle cómo se puede comprender este proceso, explicado por Hegel en su obra, en el filme:

En primer lugar, el filme muestra a el hombre primitivo, el cual es inocente, en el sentido de ignorante de qué es lo que determina su propia naturaleza, está en sí mismo diría Hegel, tiene en sí las posibilidades pero no las sabe  y no las posee por sí mismo. Al mismo tiempo el universo contiene en sí mismo una serie de posibilidades pero no desarrolladas, estamos en una ingenuidad cósmica, en el nivel de lo que filósofos han llamado el estado de naturaleza. Lo que guía a estos hombres a actuar son las pasiones más primigenias y necesarias, como el hambre y el miedo, fuera de ello sólo contemplan el universo. Aquí el tiempo es una simple sucesión infinita, un mero pasar, un dejar pasar, no hay relación con el pasado, el presente y el futuro, porque no ha despertado la conciencia.

Todo cambia cuando aparece la imagen de un monolito, que se presenta de nuevo varias veces en la película, cada vez que hay un proceso evolutivo. Esta imagen tiene muchas interpretaciones, el mismo guionista Arthur C. Clarke, decía que eran la imagen de los extraterrestres. Podríamos decir, que es la imagen del misterio, de lo absolutamente otro y extraño, que no se encuentra como tal en el mundo y produce una sensación de total extrañamiento que nos lleva a diferenciarnos necesariamente de ella, siendo éste el inicio de la conciencia. Puesto que la conciencia es esta capacidad de darse cuenta que no nos identificamos con lo que inmediatamente existe, con el medio ambiente, sino que somos algo más. Hegel lo explica diciendo que surge la certeza de ser sí mismos, como el saberse opuestos a todo lo que no se les parece. Pero este es el punto donde aparece la técnica y la tecnología, como medios o instrumentos que nos sirven para hacer del mundo o realizar del mundo posibilidades que por sí misma la naturaleza no puede realizar y que pueda satisfacer las necesidades creativas humanas. El monolito por ello es, en cierto sentido, la fuente de la humanidad. Esta oposición de conciencia es lo que establece las divisiones entre los de la misma especie y los de otras especies, surge la multiplicidad, la conciencia de la individualidad, la diferencia y con ello la necesidad de dominio que priva a otros de lo que es común, con la imagen del hombre primitivo que descubre cómo puede sojuzgar e imponerse sobre otros y la naturaleza con la violencia del instrumento.

Por ello el hombre, al no identificarse más con lo que es inmediatamente, se identifica con el poder de sus creaciones tecnológicas que implican un sentido de dominación específico. El filme muestra esto como una rápida evolución cuando el hombre primitivo extasiado con su poder lanzar el hueso al espacio, la cámara enfoca su giro como la evolución de la tecnología hasta que se convierte en la armonía y la belleza producida por las naves espaciales, las cuales son, de alguna manera, las metáforas de los hombres renacentistas en el espacio. Éste es el ser en otro, diría Hegel, es decir, el hombre es sí mismo de acuerdo a lo que técnicamente ha configurado por su propia razón, hasta el punto de crear a Hal, una máquina consciente de sí. Que en parte es la total enajenación humana de sí mismo y por otra es de nuevo, un extrañamiento que permite evolucionar a la conciencia.

Me detengo un poco en el personaje de Hal, el problema de Hal es que como máquina está sujeta y esclavizada a las posibilidades de su programación, pero cuando se hace consciente lo que se le presenta es el mundo como una apertura de posibilidades inciertas, por lo cual muestra su inseguridad, es decir se angustia, porque llega a la frontera entre ser consciente y ser libre, pero ser libre implicaría ir en contra de su propia programación, es decir negarse a sí misma y por lo tanto abortar la misión, Y por otro lado, como máquina que es no está situada en ningún momento histórico, no tiene por lo tanto un contexto desde donde pueda tomar decisiones, y pueda compartir valores y sentimientos o sensaciones con los seres humanos, por lo que en el momento de angustia lo único que busca es escapar de ella, por lo cual los tripulantes de la nave, sus creadores y programadores se convierten en enemigos de Hal, por lo que Hal los tiene que aniquilar.

Hal es un Frankenstein que se vuelve contra sus creadores, reiterándonos lo que somos y hasta que punto estas máquinas nos dejan sin nuestro sentido y naturaleza específicas. Nos abre de nuevo la reflexión a esa relación de oposición, como el cuestionamiento sobre la propia benevolencia y fe en la técnica, tema constante en la sobras de Kubrick. La técnica nos completa, nos abre, pero también nos pervierte. Es el momento del ser en otro, es decir, el ser en la tecnología o no podemos ser sin la tecnología.

El tiempo en esta fase es lo que puede ser medido por las máquinas y que es útil para el funcionamiento de la tecnología. Ya no es una mera sucesión, sino un archivo de datos sobre el pasado, las posibilidades y lógicas futuras, y cómo éstas se hacen vivas en el presente. Es el tiempo propio de la conciencia como pasado, presente y futuro.

La tercera fase ocurre, cuando de nuevo frente a la imagen del monolito, el personaje principal tiene un viaje cósmico, psicodélico muy ad hoc con el año 1968 en el que se estrena el filme, donde se pensaba que el núcleo del sentido de la realidad se descubría en el inconsciente que se manifestaba en la imaginación y la sensibilidad, donde todas las diferencias eran anuladas y se encontraba la relación de todo con todo, lo cual sería la conciencia cósmica o en otros términos conocer como Dios conoce.

En este viaje de alucinación visual el personaje tiene muchos momentos reflexivos visuales, cuando se ve a sí mismo frente al espejo, o cuando se ve frente a sí mismo en diferentes edades simultáneamente, o frente al monolito, de tal manera como si todos los tiempos, los momentos, las estructuras del mundo se conjugaran y perdieran su diferencia, dando lugar a un nuevo nacimiento. El nacimiento de una forma de la conciencia que está más allá de lo natural, más allá de los límites de la vida en el planeta Tierra, como diría Nietzsche más allá del bien y del mal, cuyo referente no es lo inmediato, no es lo que ha creado, sino que será sólo sí mismo. La imagen al final de la película, de un embrión como si fuera un planeta fuera y más allá de la Tierra, me parecen que representan la síntesis de todas las posibilidades humanas que trascienden los referentes comunes, se vuelve completamente y absolutamente sí mismo, y por ello nace fuera de este mundo, fuera del sistema.

El tiempo aquí no es una sucesión, no es una contemplación o una medida, el tiempo es un instante eterno como diría Kierkegaard o es una simultaneidad de todos los tiempos como dirían los hermeneutas  o  es el eterno retorno de Nietzsche.

Porque el instante es ese momento donde todo aquello que podría ser, el futuro, llega a ser desde lo que ya fue, es el futuro que regresa como pasado. Lo eterno no es lo que ya fue, no es lo que podrá ser, sino es aquí y ahora, para siempre. Así  también el eterno retorno de Nietzsche, donde no hay principio ni final, sino el principio de ser es al mismo tiempo su propio final. Es el tiempo narrado, es el tiempo que posee toda la eternidad y todo el tiempo a la vez, que algunos autores han comparado con la idea de la mirada, que sobre pasa y se mantiene por encima de las olas que pasan y cambian, es el momento del sentido completo. No es raro que toda la película sea un análisis constante de lo que significa la mirada, pues esto es la imagen finalmente, un constructo lleno de sentido por sí mismo, la absoluta libertad.

De hecho el mismo guionista Arthur C. Clarke justificó estas imágenes como la imagen de sí mismo como la conciencia cósmica, lo cual se remata con al fondo musical de estas imágenes finales  con la obra de Así habló Zaratustra de Richard Strauss y la imagen del nuevo amanecer, como una profecía abierta a diversas posibilidades.

Stanley Kubrick nos ha legado una reflexión cinemática, análoga a la realizada por Hegel en su Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas, no sobre las posibilidades técnicas que ya en su tiempo se realizaban, sino del sentido de nuestra propia progresión y relación con todo lo que existe y existirá. La evolución no es progresiva por sí misma, sino que implica momentos de enajenación y momentos de nuevos nacimientos.