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En educación superior, sólo uno de cuatro viene de la pobreza


De entre el millón 71 mil estudiantes pobres, sólo 612 mil reciben alguna beca, es decir, el 57%.

Tiene apenas 18 años, pero ha cerrado para siempre la posibilidad de estudiar y terminar una carrera:

“Ya no me veo en la escuela, ni ahora ni nunca. Hoy es más la necesidad de trabajar para darle de comer a mi niña y a mi pareja”, dice.

Juan Daniel Barrios Olivares es uno de los millones de jóvenes de escasos recursos, quienes cada año se quedan sin acceso a la educación superior.

Según datos de la Secretaría de Educación Pública, del total de alumnos en el nivel superior, sólo el 25 por ciento provienen de hogares desfavorecidos.

“La cobertura entre ese sector de la población continúa siendo muy baja”, señala un documento de la institución sobre carencias y desafíos de la educación superior 2012-2018.

Conforme a los datos oficiales más recientes, la matrícula en el nivel profesional es de 4.2 millones de alumnos. Y de éstos, sólo un millón 71 mil son pobres, integrantes de familias ubicadas en los primeros cuatro deciles de ingreso.

La Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2016, elaborada por el INEGI, agrupa cada hogar mexicano de acuerdo con los ingresos percibidos, de menor a mayor. En total, conforma 10 grupos y a cada uno se le conoce como decil.

En el primer decil las familias sobreviven con menos de 2 mil 722 pesos mensuales; en el segundo, con menos de 4 mil 735; en el tercero con menos de 6 mil 306 y en el cuarto con menos de 7 mil 852 pesos al mes. Estos cuatro grupos son los considerados por la SEP para ubicar a los estudiantes con una situación económica vulnerable.

Juan Daniel abandonó el CETIS 54 ya en la recta final y truncó así el deseo de continuar estudios superiores en Programación. ¿La causa? penurias financieras…

“Paré la escuela por problemas familiares, tenía que trabajar para mantener a mi mamá y a mis hermanos. No había de otra. O comía o leía”, cuenta.

“Mi papá era militar, teníamos lo suficiente, pero él se salió del Ejército y nos dejó con mi mamá… Tenía 14 años cuando ellos se separaron”.

—¿La situación te afectó en la escuela?

—Ahí comenzó a descomponerse la cosa, porque faltaba dinero, además de que no había una figura paterna que nos apoyara. Aguantamos unos años con lo que mi mamá sacaba o con la ayuda del abuelo, pero luego ya no alcanzó… Mis hermanos estaban en la secundaria, yo en la prepa, no había para todos, preferí suspender los estudios con la idea de sacar adelante a ellos. A ver cómo le hago yo después, pensé.

Las calificaciones no fueron factor: Juan Daniel tenía un promedio mayor a 8, sin materias reprobadas. “Busqué un trabajo de medio tiempo para poder estudiar a la vez, pero me rechazaban por ser menor de edad”.

Tras el abandono escolar, encontró trabajo en una tostadería y después se dedicó a la limpiar departamentos, actividad a la cual se sumó su madre. “Teníamos ya un ingreso estable, pero quisieron formar un equipo de puras mujeres y me sacaron”.

SIN BECAS. De acuerdo con la SEP, de entre el millón 71 mil estudiantes pobres, sólo 612 mil reciben alguna beca, es decir, el 57 por ciento.

“Seis de cada 10 becas se entregan a alumnos que provienen de hogares ubicados en los primeros cuatro deciles de ingreso. Aún existe un amplio espacio para incorporar a jóvenes en situación de desventaja”, reconoce la institución.

Juan Daniel jamás accedió a una beca, en ninguno de sus niveles escolares.

A los 17 conoció a una chica. Se gustaron y… “nos descuidamos tantito y ella quedó embarazada”.

La bebé, Carolina Raquel, nació en febrero pasado, mes en el cual él cumplió 18. La mamá, a quien le faltaban tres meses para culminar el bachillerato, llegó recién a la mayoría de edad: el 30 de julio. “Así que estoy estrenando mujer”, presume el muchacho.

—¿Y qué tal la paternidad?

—Es bonita, ahí la llevamos…

A unas semanas del parto, Juan Daniel seguía sin empleo. Su padre conocía a los dueños de un taller de piezas industriales y pidió una oportunidad para él. El joven ingresó a mediados de enero a trabajar aquí, donde ahora nos recibe. Ha terminado ya de separar materiales como aluminio, acero inoxidable y fierro de unas piezas amorfas. Puede charlar unos minutos…

“Lo que más me llama la atención es estar en los tornos, porque una pieza que no tiene forma se convierte en conexiones para aparatos de oxígeno o anestesia y debe dar la medida exacta. Cuando llegué no sabía nada de esto, pero me gusta aprender”.

Trabaja de lunes a viernes, de 9 de la mañana a 6 de la tarde. Su sueldo es de mil 700 pesos a la quincena, 3 mil 400 al mes. Conforme a las escalas de ingresos establecidas por el INEGI, su familia está en el segundo decil de vulnerabilidad…

—¿Te alcanza?

—Para los gastos del día sí, pero no para gustos ni lujos. Puedo comprarle a la niña y a mi pareja lo necesario. De repente, le batallo al final de la quincena, pero hemos podido salir.

Vive en un reducido cuarto cercano al metro Múzquiz; se lo prestaron sus suegros, quienes viven en el mismo terreno.

—¿Cómo describes tu vida después de haber dejado la escuela?

—De cierta manera triste, porque sí me gustaba mucho la Programación, se acercaba más a lo que hubiese querido hacer en mi vida. Hubiera querido terminar, pero tuve que salirme. Fue una necesidad.

—¿Cómo te recibió el mercado laboral?

—Pues ya he sido tostadero y limpiador, ahora estoy en el taller. Obvio que no obtienes las mejores plazas ni los salarios más altos, pero trabajo sí hay para quienes no terminamos los estudios, al menos para ganar un poco de dinero e ir al día.

—¿Qué mensaje tendrías para las autoridades educativas?

—Que nos ayuden más, porque hay muchos chavos de bajos recursos que quisiéramos estudiar, pero por lo mismo que no hay lana, es imposible.

Tras abandonar el Ejército, su padre abrió una tienda y los fines de semana es árbitro de futbol. La más pequeña de los hijos decidió vivir con él.

Su mamá consiguió trabajo en una barbería, “donde mi hermano también trabaja cortando cabello”.

—¿Cómo, ya no siguió estudiando?

—No, yo le estaba ayudando a la escuela, pero un día me dijo: de plano no me gusta, ya no quiero seguir, mejor me voy a chambear. Había repetido dos veces segundo año de secundaria y ahí se quedó, ahora anda con lo de los cortes.

La historia de abandono escolar se replicó en casa, “pero con Carolina Raquel será distinto —se entusiasma Juan Daniel, porque ella sí tendrá lo que no tuve: una carrera, será licenciada o maestra, lo que más le guste, pero estudiará”…

Hoy regresan a clases  523 mil alumnos  de  UNAM e IPN

350 mil  estudiantes de bachillerato, licenciatura y posgrado de la UNAM

95 mil 386  alumnos universitarios  serán de nuevo ingreso

173 mil 400  estudiantes de los niveles  medio superior, superior  y posgrado del Politécnico