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El Día Con Ellas, frente a la pesadilla trágica de no verlas caminar


El paro fue un aliento a medias, ante la imposibilidad de contener el motor femenino en hospitales y en áreas primordiales, o por necesidad económica.
 
Paro de mujeres, y no…  Porque a Gloria le advirtieron de los efectos salariales en caso de inasistencia, porque Mónica no tenía más alternativa ante el exceso de pacientes, porque Sandra fue obligada por el esposo y las penurias del presupuesto familiar, porque Susana desconoció el movimiento, convencida de su origen “revoltoso”.
 
UnDíaSinNosotras encontró eco en reductos identificables: aulas escolares, centros de investigación, bancos, algunas redacciones, oficinas gubernamentales y ventanillas públicas, pero fue un suspiro inconcluso, un aliento a medias, por la imposibilidad de contener el motor femenino en la vida diaria.
 
Si se imaginó una jornada sin ellas, los retratos cotidianos se encargaron de acabar con aquella fantasía.
 
Era mujer, cosas del destino, quien conducía el primer taxi de la jornada, aún de madrugada. “Yo sí apoyaba la convocatoria, pero ¿quién me apoya a mí? Hay que juntar pa’ la cuenta, hay que comprar el mandado, hay que llevar dinero a la casa, hay que juntar pa’l gasto de los hijos y es muy difícil cuando uno está sola”.
 
Doña Sandra llegó a las afueras del metro Chabacano como de costumbre: pasadas las cinco de la mañana. Media hora después estaba montado ya el puesto de dulces y cigarros. “Le dije a mi esposo que hoy no vendría, pero se enojó y dijo que no, que no alcanzaba con lo que él ganaba en la venta de atoles. Y ni modo: a trabajar”, expresó entre espasmos, por la ventisca del amanecer.
 
—Yo ni le entendí a eso del paro, ¿qué fregaos buscan? —justificaba don Agustín a un par de metros, con cierto tono hostil y listo ya para servir un par de champurrados.
 
—Su intención es visibilizar qué sería de este mundo, de esta vida, sin las mujeres, su valía —se le comentó.
 
—Pues lo hombres seríamos más felices, tendríamos menos problemas, menos disgustos…
 
Aunque quizás en menor número, en el primer viaje del metro se les vio como siempre: presurosas, perfumadas, ágiles con el espejo, el rubor y el carmín. Rumbo al Zócalo acompañamos el andar de Gloria, empleada de una compañía dedicada a la venta de artículos plastificados. “Nos dijeron que éramos libres para decidir, pero eso sí: si faltábamos, no nos pagaban el día, ¿qué libertad es ésa, así qué chiste? Si de por sí no alcanza”.
 
Y de doña Yolanda, quien, se sabría después, es trabajadora de limpieza de Palacio Nacional. “Si no veníamos, era hacerle el caldo gordo a las encapuchadas, a las violentas”.
 
—¿Ustedes relacionaron este llamado con quienes causan desmanes? —se le preguntó.
 
—Pues quién más, son ellas las que están detrás de todo esto. Mejor cumplir, hacer nuestra chamba y dejarnos de tonterías.
 
Olga Sánchez Cordero, secretaría de Gobernación, fue de las más puntuales en Palacio, para la reunión del gabinete de seguridad. “Tengo la responsabilidad de la Secretaría, y aquí estoy. El mensaje para las mujeres es que no han sido atendidos sus reclamos, hay una fuerza femenina muy importante y tenemos que dar respuestas más eficientes”, dijo a pregunta de una de las compañeras reporteras, cuya empresa operó sin concesiones ni permisos.
 
Menos de una decena de comunicadoras también asistieron a la mañanera, “porque en la televisora somos pocos y en ningún momento nos dieron opción de faltar. Mejor mi hijo me regañó: no vayas mamá, hoy las mujeres deben estar unidas, pero había que cumplir las órdenes”, describió la editora de un canal televisivo. Tampoco hubo inasistencias en el departamento de Comunicación Social y en otras áreas auxiliares de la Presidencia.
 
Paro de mujeres, y no… Porque apenas terminó la conferencia, llegó la respuesta de Susana, eficiente colaboradora en el hogar, a la invitación de tomarse el día sin perjuicio salarial. “¿Y quién me cree usted? Yo no creo en esas cosas. Yo no soy de las que anda pintando monumentos ni aventando bombas, soy feliz haciendo mi trabajo y ahí estaré, en su casa”.
 
Porque iban y venían por las calles, con sus bolsos y mochilas, con sus inspiraciones y anhelos, con sus anteojos, zapatillas y tatuajes; ofertando chicles, suplicando caridad o en lectura romántica de novelas y poemas, en el bordado incansable de amores y lienzos. El DíaSinNosotras se convirtió en el Día Con Ellas, porque frente a la trágica pesadilla de no verlas caminar, sentir su presencia reconfortó el alma de los de­sorientados y moribundos.
 
Sí, eran menos, pero al fin estaban ahí, al mando de la seguridad y del tráfico, al volante de los autobuses, de las bicicletas y de la vida familiar: de los enamorados y de los hijos.
 
—¡Sin ustedes, nos volveríamos locos, ya el mundo se habría extinguido! —musitaba un cancionero en los pasillos de la estación Ermita, mientras la doctora Mónica, de bata blanca, aceleraba el paso, “porque uno, con tantos enfermos ni cómo pensar en descansar”.
 
En el departamento de cirugía del Hospital Parque de los Venados, su lugar de trabajo desde hace cinco años, encontraría el trajín de todos los días, sin importar fechas ni reclamos: mujeres cuyo corazón no aguantaría una pausa, mujeres cuyo respirar no habría tenido tiempo para los paros. Doña María de Jesús, de 74 años, prometió a las nietas sumarse a la protesta, pero apenas la semana pasada le programaron la cita de seguimiento a su vesícula para el lunes nostálgico, y el plan colectivo se desmoronó.
 
Paro, y no, porque intendentes y administrativas, doctoras y enfermeras, entregaron sus horas de marzo a los mil expedientes en turno, en su incesante batalla contra los zarpazos de la muerte. Fue un día 9 de quimeras y de delirios. Sin ellas, y con ellas. Nunca se fueron del todo ni se irán, porque ha girado la vida en torno a sus pasos sin tregua ni reposo…